Arriba: sin sorpresas y con precisión casi milimétrica, un país aburrido en una tarde de sábado contó los votos del PSOE uno a uno, con el inestimable apoyo de las televisiones privadas, que convirtieron la votación en un espectáculo de mayor interés que el debate. Votaron en contra los diputados catalanes y mallorquines, y varios fichajes de Pedro Sánchez no militantes del PSOE, además de Odón Elorza, que es como una especie de Eligio Hernández del sanchismo. Sánchez prefirió irse derramando una única lagrimita, para poder dar la batalla de la reelección. No lo tiene nada fácil, pero hay que reconocerle los arrestos. En cuanto a Rajoy, una vez garantizada la reelección cambió su discurso colaborador por uno más duro en el que explicó que no va a tirar por la borda lo que ha hecho hasta ahora. No hacía falta, porque solo los que no le han apoyado le piden eso. Quienes se sumaron al sí y quienes se abstuvieron quieren un cambio en las formas, recuperar el diálogo y abandonar el discurso del enfrentamiento. No todos en el PP parecen haber entendido que ya no cuentan con mayoría para hacer las cosas como durante los últimos cuatro años, ni tampoco todos en la cámara creen que la palabra sea un camino para el entendimiento. El independentista Rufián hizo honor a su apellido con una intervención faltona, cargada de insultos al PSOE y de fondo guerracivilista. El portavoz de Bildu para la ocasión siguió el mismo camino. Ambos, Rufían y Oskar Matute, dedicaron la totalidad de sus intervenciones a los socialistas. Parece que les ha dolido que so siguieran a Sánchez en su proyecto de Gobierno con los independentistas. Ana Oramas cosechó el aplauso del PSOE, el PP y Ciudadanos, al denunciar el lenguaje de odio de estos dos energúmenos, jaleados desde los bancos de Podemos. Albert Rivera les dio una mala noticia: es hora de ponerse a trabajar. Rajoy anunciara su nuevo gobierno el jueves.

Y abajo: pues al final se pusieron de acuerdo los socialistas y coalición. Estuvieron al borde mismo de la ruptura durante toda la pasada semana y hasta la mañana del viernes, quizá porque -pasa hasta en las parejas más sólidas- recuperar la confianza después de los cuernos -los de Granadilla, en este caso- es difícil. A pesar de la decidida intervención del PP en algunos medios para liarla, la intervención de Fernando Clavijo en el mismo alero de la ruptura logró reconducir el acuerdo en una reunión en la que participaron el presidente y la vicepresidenta, los dos secretarios generales -Barragán y Pérez- y los dos negociadores clave, Spínola y Ruano. Sorprendentemente, después de haber llevado la ruptura hasta su mismo disparadero, la voluntad de acuerdo surgió ya en los primeros minutos del encuentro, que se prolongó durante casi tres horas y en el que se cerraron todos los acuerdos, incluyendo la censura en el Puerto de la Cruz y la dimisión de la alcaldesa nacionalista de Arico, como compensaciones a lo de Granadilla. Ahora hay que cumplir. Clavijo lo tendrá que explicar muy bien a sus colegas de Tenerife, entre los que ayer ya comenzaban a escucharse algunas voces contrarias al acuerdo. Ahora es cuestión -también por aquí- de ponerse a trabajar. Para empezar, hay que aprobar los presupuestos. Y no va a ser fácil.