Uno lleva ya muchos años en esto, más de los que le gusta recordar, y debería estar curado de espanto: siempre piensas que nada de lo que traiga la actualidad puede sorprenderte en lo más íntimo. Ni siquiera la extraordinaria capacidad de los seres humanos para la crueldad y la estupidez, el desprecio por las normas, la avaricia insensata o la autodestrucción. Por eso crees estar vacunado contra el escándalo y sus efectos devastadores. Pero por desgracia no es cierto: hay días en que te levantas, lees el periódico y el bochorno y la vergüenza ajena te dejan anonadado.

Leí ayer con detalle la transcripción de las grabaciones realizadas por el juez Salvador Alba y publicadas en un único medio de Las Palmas, al que el juez ha decidido filtrarlas. Sí, porque resulta que el propio juez también grabó sus conversaciones, antes incluso de ser grabado por el empresario Miguel Ángel Ramírez en su despacho, cuando Alba le propuso a Ramírez conspirar contra la jueza Rosell, para apartarla de la carrera judicial. Al parecer, en los juzgados de Las Palmas todo el mundo graba a todo el mundo. Alba grabó al abogado de Ramírez, Sergio Armario (expareja de la jueza Rosell, que le propuso a Alba facilitarle intimidades y confidencias sobre la jueza y sobre casos en los que ella participó), cuando ambos negociaban el encuentro con Ramírez, y grabó también -en dos ocasiones- una conversación con el juez Carlos Vielba, compañero de Sala suyo y del juez Emilio Moya (también grabado por Ramírez), cuando Vielba acude a convencerle a mediados de septiembre de que vuelva a reunirse con este, para intentar "arreglar" las cosas. En la conversación, Vielba le plantea a Alba que Ramírez podría parar la prueba pericial sobre su propia grabación, porque tiene buenos contactos en la Guardia Civil. Es decir, le propone un enjuague delictivo para que Ramírez y Alba puedan salir de rositas del lío en el que entre ambos se han metido.

Tenemos ya, pues, grabaciones aportadas por Alba o por Ramírez, de conversaciones entre ellos dos, o de ellos con Moya, Vielba, o el abogado Armario, en la que se cita a otros jueces, además de a periodistas y políticos, y en las que hay jueces que proponen cometer delitos, o escuchan a otros proponerlos, o se dan por enterados de que otros jueces los cometen, sin que nadie se inmute, como si todo esto fuera una práctica habitual en la Ciudad de la Justicia de Las Palmas, o al menos en la sala a la que pertenecen los tres jueces actores -Alba, Vielba y Moya-, que es además la que ha de juzgar el caso Faycán, sobre corrupción del PP en Telde.

Da asco, sí. Exactamente eso: asco. Y más repugnante aún es la omertá pública en torno a este vodevil judicial, la indiferencia general ante el hecho de que estos jueces que hablan de ocultar pruebas, de crearlas, de favorecer a imputados o de plegarse ante los políticos, sigan vistiendo una toga y juzgando. Si este escándalo no merece una sola pregunta parlamentaria, o la intervención de la Comisión de Gobierno del TSJC, o de la del Consejo General del Poder Judicial, habrá que pensar que no estamos ante un grupo reducido de manzanas podridas, sino ante el silencio cobarde (o cómplice) de un sistema incapaz de purgarse a sí mismo.