Miguel Zerolo ha sido el primero de los acusados por Las Teresitas en declarar ante el tribunal, sin sorpresas en su línea de defensa: ha vuelto a insistir en que su objetivo era responder a la demanda ciudadana de "salvar la playa" y evitar que se edificara en su frente, y que confiaba que sus esfuerzos en ese sentido fueran aplaudidos y recompensados por los ciudadanos. Ha dicho más, claro. Por ejemplo, ha reconocido que fueron los empresarios quienes fijaron el precio final de la compra, con un "lo tomas o lo dejas", que Zerolo escuchó -según ha contado- de Ignacio González, y que el exalcalde considera suficiente explicación para haberla liado parda en el trámite de valoración de la playa, forzando a las tasadoras a llevar el precio hasta donde los empresarios querían.

El resto de la declaración de Zerolo -sometido a un intenso tercer grado por el equipo fiscal- consistió básicamente en hacerse el sueco -"no sé, no sabía, no me consta, no se me informó, no tuve conocimiento"- y en responsabilizar a Manuel Parejo, su segundo, y a los funcionarios municipales de todo el trámite. Zerolo ni hablaba, ni escuchaba, ni veía nada de lo que pasaba a su alrededor. Todo fue culpa de los otros. Supongo que algunos se escandalizarán por el cinismo del exalcalde -a veces yo cedo a esa tentación- pero no sé qué harían ellos -o qué haría yo- si les tocara estar sentados en el banquillo en un juicio con una petición de ocho años de prisión. Zerolo tiene derecho a defenderse, incluso a protegerse detrás de su infantería y sus coroneles, a los que parece haber convertido en candidatos al sacrificio. Pero produce cierto rubor verle señalar a los funcionarios que obedecían mansamente sus instrucciones, o al leal Manuel Parejo, chivo expiatorio de este y otros asuntos municipales de la "época Zerolo", un hombre que hizo todo lo que pudo y supo por cumplir el encargo de su alcalde sin violentar la legalidad. Es cierto que Parejo se excedió en el cumplimiento de sus obligaciones, forzó esa legalidad -probablemente hasta romperla- y que sucumbió al entusiasmo de entregar al alcalde y al ayuntamiento la solución que alcalde y grupos municipales le encomendaron unánimemente. Porque para él, el éxito de la operación de Las Teresitas era probablemente una demostración de su propia capacidad para negociar y resolver un encargo muy complejo.

Mi intuición es que Parejo no se engolfó, y que -a pesar de eso- va a ser uno de los que paguen el pato en esta truculenta historia. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, y se equivocó él mismo varias veces. Además, es un personaje menor -sacrificable- en este psicodrama en el que los que pusieron el cazo o multiplicaron su fortuna posiblemente salgan de rositas, sin merma de su honor y capital.

Así funciona esto: la verdad judicial tiene algunas veces muy poco que ver con la verdadera justicia. Es solo una caricatura -con frecuencia muy deforme- de lo que realmente ocurrió. Funciona como un consenso aceptado por los que no son destruidos por ese consenso. Van pasando los días de juicio, se suceden las declaraciones, y al final -dentro de unos meses- tendremos sentencia y sentenciados. Así será. Sin duda. Pero yo tengo cada vez más la impresión de que en este teatro ni están todos los que son ni son todos los que están.