Datos agridulces en el informe PISA, sobre el estado de la Educación en nuestro país: mientras España supera por primera vez en comprensión lectora los datos medios de los países de la OCDE -los más desarrollados- y se coloca en la media en Ciencias, y muy cerca de la media en Matemáticas, Canarias sigue a la cola, al final del pabellón de los torpes, instalada en unos resultados mezquinos. La brecha entre los más ricos y los más pobres también nos afecta en eso: según el informe, la mitad de la variación entre los datos regionales es consecuencia de su posición en el índice social, económico y cultural. Las regiones con mayor nivel socioeconómico, como Madrid, obtienen mejores resultados que las comunidades menos favorecidas, como Canarias. Aunque no siempre ocurre así: por ejemplo, regiones pobres como Castilla y León, Galicia o Castilla-La Mancha reciben en el informe PISA valoraciones más elevadas de lo que les correspondería, mientras al País Vasco, una de las regiones más ricas, le ocurre justamente lo contrario. Parece que las regiones con mayor peso de los pequeños núcleos de población, con estructuras familiares más apegadas a lo tradicional, escapan a la maldición de otras zonas pobres. La familia estructurada es un potente inhibidor de comportamientos nihilistas o disfuncionales en los jóvenes. A algunos puede resultarles esta una explicación arriesgada, fruto de una concepción ideológica conservadora, pero es el resultado del análisis de los datos.

Y de la propia experiencia personal: durante años, invitado por profesores amigos he dado charlas en diferentes institutos y centros de enseñanza de las Islas y hay una regla que no falla: en los institutos de los pueblos, la atención, interés y participación de los alumnos es muy superior a la que se produce en los centros de las grandes concentraciones urbanas. En general, los chicos son más instruidos, más educados y tienen un mejor dominio del lenguaje. Es algo que asumen la mayoría de los profesores. Muchos de ellos prefieren dar clases en centros escolares de los pueblos, a pesar de la diaria incomodidad que supone el tener que trasladarse, porque sienten que su trabajo docente es más útil. Es probable que el problema tenga que ver con la creciente crisis de modelo de las sociedades urbanas, con la disfuncionalidad de tantas familias, en algunos casos acostumbradas a la caridad pública, en otras convertidas en unidades de altísimo consumo, alienadas por la posesión y el status de los objetos. Con padres inexistentes, pegados a la play, enganchados al escapismo o instalados en la adoración de sus propias carreras, con madres que siguen siendo adolescentes a pesar de haber rebasado la treintena, incapaces de ejercer la autoridad desde el ejemplo. Un sistema que alimenta la desatención en las casas a la educación de los chicos, de la que se responsabiliza en exclusiva a los docentes, al mismo tiempo que se les priva de cualquier autoridad sobre los alumnos. Un sistema en la que los libros son un objeto desconocido, y la tele y los dispositivos sólo abren el mundo al adocenamiento, la ramplonería, la irrealidad y la violencia. El fracaso educativo en las sociedades modernas no es sólo un fracaso de Gobiernos, administraciones y profesores. Es -sobre todo- el fracaso de una forma de vida que ha renunciado a la primera y más importante de las responsabilidades humanas, que es la de educar a nuestros hijos.