La nuestra es una sociedad bastante pacata, aunque a veces parezca justo lo contrario. Curioso escandalete se ha montado a cuenta de unos segundos de retransmisión televisiva en directo, en el que un poco de viento permitió intuir un poco de algo de la anatomía de esa espléndida señora que es la actriz y cómica Eloísa González, encargada por la Televisión Canaria de retransmitir las campanadas de año nuevo desde La Gomera. El asunto vuelve a poner de manifiesto cuánta influencia mantiene sobre nuestro inconsciente colectivo la represión sexual y el puritanismo exacerbado. Aquí el debate no es si Eloísa llevaba bragas o no, lo que personalmente debería importarnos un bledo. Pero ella ha dicho que sí, y a mí -que soy un tipo educado, acostumbrado a creer lo que me dicen las mujeres- me basta con su afirmación para asumirla a pies juntillas. Considerar si su vestido era o no el adecuado, si la abertura era excesiva o no, si era demasiado atrevido o simplemente vistoso, es una cuestión que se me escapa del todo. No soy en absoluto un experto, pero a mí me pareció un vestido de fiesta elegante y atrevido -como son tantos vestidos de fiesta- al que la intemperie gomera -de natural bastante pícara- le hizo una travesura, un guiño visual probablemente agigantado por una presentación con vocación viral. Eloísa ha dicho -y lo ha dicho con bastante sentido del humor, quitándole importancia, con más sensatez y buen juicio que quienes la han anatemizado públicamente- que es probable que su imagen fuera manipulada por algún friki o youtuber. Pudiera ser eso, o que el ojo vea siempre lo que quiere ver. Pero da igual. Al menos a mí me da exactamente igual.

De toda esta historieta persa lo que me preocupa es el creciente arrojo de los nuevos retrógrados y moralistas: que una consejera del ente, María Lorenzo, la única mujer que representa a la izquierda y a las mujeres en el Consejo Rector de la tele canaria, se haya despachado sobre este particular cual émula de Torquemada, reclamando cabezas por el vestido abierto de doña Eloísa, por el viento gomero y por la corrupción de los tiernos infantes, me resulta un esperpento. Un comunicado chiripitiflaútico, el de la consejera Lorenzo, capaz de escribir negro sobre blanco que en el programa de Nochevieja la tele usó el cuerpo y la imagen femenina "como mero trozo de carne que debe mostrar cacho". Edificante lenguaje el de esta bragada consejera en representación de las madres ursulinas, partidaria quizá de un sistema en el que a las presentadoras de televisión se les diga qué ropa deben usar, cuál es el largo permitido de la falda y cuánto escote pueden lucir. Supongo que más de algún sicalíptico se ofrecería como censor, pero no estoy muy seguro de que nuestra sociedad quiera retroceder cincuenta años atrás, sólo para evitar el drama de algún breve instante de exposición de piel humana.

En la impostada indignación de María Lorenzo aflora nuevamente la solemnidad petrificada al servicio de una causa bastarda, que es la pelea personal que enfrenta a doña María (no entro a valorar aquí si con razón o sin ella) con Santiago Negrín y el resto de su muy capitidisminuido Consejo. María Lorenzo, mujer, pidiendo imponer recato y decencia en el vestir de las mujeres. Usando un incidente sin trascendencia alguna para hacer política a costa incluso de su propia ideología y sexo. No sé en que mundo vive la representante socialista en el Consejo, no entiendo cómo puede confundir bragas con témporas. Pero si alguien ha quedado al descubierto con esta polémica idiota no ha sido Eloísa, sino ella.