Asier Antona ganó por goleada en la votación de primarias para la presidencia del PP canario, revalidando, como se esperaba, su nombramiento provisional. A los efectos de entender lo que hoy sucede en el PP, no es tan sorprendente su cantada victoria como el exiguo apoyo logrado por su rival principal, Cristina Tavío, con el concurso de ese hombre con mal encaje que ha demostrado ser el exdelegado del Gobierno en Canarias Enrique Hernández Bento.

Supongo que los derrotados, tras lamerse las heridas, buscarán todo tipo de explicaciones a lo sucedido a lo largo de este turbulento proceso. De hecho, al final del mismo -muy tardíamente le vieron las orejas al lobo- parecieron darse cuenta de la que se venía encima y optaron casi por dar por perdida la liza, cuestionando abiertamente la limpieza de los procedimientos, la parcialidad del comité organizador del Congreso y hasta la falta de neutralidad de la dirección nacional. Lo que resulta sorprendente es la nula percepción que tenían de su escasa fuerza Tavío y Hernández Bento. Asombrosa ceguera. Porque a la postre no lograron siquiera uno de cada cinco votos emitidos. Perdieron amplísimamente frente a Antona en Tenerife -donde la Tavío decía tener su fuerte-, y en Gran Canaria no llegaron a sumar el diez por ciento de los votos. Un drama que demuestra la distancia que suele haber entre las propias percepciones y la realidad, entre fantasías y resultados. Lo que ha ocurrido con Tavío, y la escasísima participación -menos de cuatro mil votos de un censo que supera los 40.000- nos demuestra que la política vive encerrada en un mundo virtual y recurrente, que se retroalimenta a través de redes de opinión cautiva y del aplauso de los entregados. La política pierde el contacto con la realidad, con lo que pasa fuera de los despachos, los comités y las redes, cada día más circulares y encerradas en sí mismas. Es obvio que eso es lo que le ha ocurrido a Cristina Tavío, pero en mayor o menor medida, es un fenómeno que afecta a todos, una creciente incapacidad para entender el mundo más allá de las propias expectativas e intereses.

Antona ha logrado un resultado que legitima su dirección personal y avala la orientación de sus políticas. Ahora debe intentar escapar a la autocomplacencia e intentar hacer de su pequeño partido -un partido con menos de cuatro mil activistas comprometidos- un instrumento útil para la defensa de los intereses de Canarias. Hasta ahora, Antona ha optado por evitarle inestabilidad a las instituciones de las Islas, actualmente en minoría tras la ruptura del pacto entre Coalición y el PSOE. Continuar en esa línea supone casi inevitablemente dar el paso de entrar en el Gobierno y asumir el riesgo de ser copartícipe de la continuidad de una muy debilitada Coalición en el poder, manteniendo el esquema de "turnismo subsidiario" que ha caracterizado siempre la política regional, con un nacionalismo siempre en el machito del poder, y el PP y el PSOE en el rol de invitados a esa fiesta.

Antona tiene unas semanas -a lo sumo unos meses- para optar por desatascar el actual bloqueo político. Y el respaldo de los suyos para hacerlo en la dirección que estime oportuno. Esperemos que acierte, que lo haga mirando a su alrededor e interpretando lo que esperan las mayorías, y no encerrado en un despacho con la política como único juguete.