Concluidas las intervenciones de los portavoces parlamentarios en el debate sobre el Estado de la Nacionalidad, pendientes solo las propuestas de resolución que han de debatir y votar hoy los grupos, flota en el ambiente del Parlamento la percepción de que el tiempo de la política no coincide con el tiempo real. En los pasillos y despachos de Teobaldo Power todo transcurre mucho más rápido que en el mundo de fuera. El mismo día que se cumplen tres meses desde la ruptura en el Gobierno de Canarias y la salida forzada de los socialistas, el divorcio de Patricia Hernández y Fernando Clavijo se ha convertido en una suerte de guerra termonuclear en la que Clavijo le tira los números a la cabeza a la socialista y esta le devuelve médicos enfadados, enfermos de hepatitis y muertos de la dependencia sin atender. Una violenta pelea en la que lo importante no es ni la verdad ni los hechos, siempre interpretables, sino el impacto público de lo que se dice desde la tribuna.

En ese estado de crispación y guerra, el que era hace no tanto tiempo según Clavijo y Hernández "el mejor Gobierno posible en Canarias", reduce su legado a dieciocho meses de desencuentros, trampas, mentiras y miserias, y al "impasse" de este gobierno en minoría... En esas claves, la posición de Asier Antona, convertido en pope de la nueva situación, también resulta puro teatro, otro ejercicio de interpretación de esos que se adaptan al tiempo vertiginoso y cambiante de la política. Ha asegurado Antona que evitará la inestabilidad del Gobierno -ese es el mantra- pero ha dejado caer también en su discurso un catálogo de propuestas y opciones en falso: la mejor, recogida inmediatamente por el tercio mediático, es la de un "gobierno de concentración", tan improbable como aquella fantasmal moción de censura, con el propio Antona de candidato presidencial, que alegró tantas portadas durante semanas. Más lío y más ruido, mientras la política real se hace a base de médicos y enfermos y muertos sobrevolando los escaños del Parlamento contra su voluntad.

Antona no cree ni por asomo que un gobierno de concentración sea viable. No lo es desde el momento en que Coalición y el PSOE son hoy agua y aceite. Antona gana tiempo con primorosas declaraciones de diseño, hasta que se aprueben los presupuestos del Estado y Madrid autorice por fin el desembarco de los suyos en el Gobierno regional. Esa y no otra es la historia desde el primer día, cuando Antona abandonó el despacho de Clavijo después de pactar que apoyaría la estabilidad de su Gobierno tras el cese de los consejeros socialistas. Es una verdad que sabe ya todo el mundo, pasados tres meses que parecen tres años. Antona habría dado el paso hace semanas si en Génova le hubieran dejado hacerlo. Tiene que empezar a pagar los diezmos a los suyos, ejercer de jefe munificente que premia los servicios prestados. Y eso es más fácil hacerlo desde el poder que desde fuera del poder. Esperar demasiado tiempo aleja las posibilidades de una incorporación que en Madrid condicionan a cuestiones como la aprobación de los Presupuestos o los resultados de las primarias socialistas, y que -si se produce- tendría que ocurrir antes de octubre. Como fecha límite. La tentación de Clavijo y los suyos es esperar cuanto más mejor, consolidar un gobierno en minoría con apoyos externos. Pero ese es un juego muy peligroso: la situación nacional es cambiante, casi explosiva. Cultivar al PP nacional no basta para garantizar que dentro de unas semanas o unos pocos meses Pedro Sánchez gane -o pierda- las primarias y todo sea entonces completamente distinto.