Después de más de seis años de una guerra difícil de entender, con varios bandos en liza y la comunidad internacional implicada en complejos posicionamientos, Siria es hoy un país completamente destruido. Un país en el que han muerto ya más de 300.000 personas. A algunos los ha matado el Estado Islámico, a otros los ejércitos de ese asesino protegido por Rusia e Irán que es el presidente Ásad, a otros los rebeldes que quieren derrotar a Ásad, y a muchos otros los bombardeos rusos o las misiones "quirúrgicas" estadounidenses. En la herida Damasco, arrasada por las armas de unos y otros, sobre el muro de un edificio residencial sobrevive un mural virtual del "beso" de Klimt, perforado por los proyectiles. Esa imagen, repetida por las agencias de noticias internacionales, es sólo un fotomontaje de Tamman Azzam, un artista sirio que ha querido castigar las redes con un testimonio de la capacidad del ser humano para sobreponerse a la pérdida y mantener la esperanza contra todo pronóstico. Una muestra de este tiempo nuestro de imágenes más importantes que los hechos, de postverdades asumidas. O quizá la plasmación de una promesa de bienvenida no cumplida por Europa.

Cinco millones de personas, casi la cuarta parte de su población, ha abandonado el país, la mayor parte con destino a los países cercanos. Un millón de sirios han huido a Egipto, Irak o Jordania. En Líbano se han refugiado medio millón desde que empezó la guerra. Líbano es un pequeño país que hoy ostenta el récord planetario de ser el territorio con más refugiados por habitante, dieciocho por cada cien. Casi tres millones de sirios se encuentran hoy hacinados en campos en Turquía, el país con más refugiados del mundo, vertedero de la mala conciencia europea, que vio llegar en apenas dos años más de un millón de refugiados. Solo en 2016, los países europeos registraron 340.000 solicitudes de asilo de sirios, afganos y somalíes.

Pero después de la foto de Eylan ahogado en la orilla, después de los "willkommen" de septiembre de 2015 y los abrazos, la presión migratoria causada por la guerra no ha servido para agilizar la burocracia y los trámites de acogida, lo que ha logrado ha sido acelerar el blindaje de las fronteras y convertir el derecho de asilo en Europa en una entelequia. El pago de millones de euros a Turquía para evitar el colapso de las fronteras balcánicas sirvió para reducir las muertes en el Egeo, pero no ha resuelto la mayor crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, y ha desvelado la cara más insolidaria del club de los países ricos. La Comisión Europea ha reconocido ya su fracaso en el compromiso de repartir en 2016 160.000 refugiados entre los Estados miembros para aliviar la presión sobre Grecia e Italia. La Unión no ha llegado a asumir ni la cuarta parte de ese cupo. Y España, que recibió 16.000 solicitudes de asilo y acordó un cupo de 18.000 refugiados, sólo ha acogido algo menos del cinco por ciento de su compromiso...

Es verdad que estamos ante un problema muy complejo, más aún en un tiempo en el que el califato -a pesar de su derrota militar, o precisamente por ella- parece ensayar la estrategia de un terrorismo impredecible y banal, cuyo único objetivo asumido es alentar el miedo de los europeos y el rechazo del Islam. Sin duda, Europa se juega también en esto su razón de existir, pero quizá sea eso lo de menos. Lo de más son esos millones de refugiados sirios perdidos en tierra de nadie, esperando que algo o alguien les ofrezca una salida.