El próximo 23 de abril será la primera vuelta de las presidenciales en Francia. En las encuestas, Marine Le Pen parte como candidata favorita, casi empatada al centrista Emmanuel Macron, un hombre sin gran trayectoria política ni el respaldo de ninguno de los grandes partidos, que se ha convertido sin embargo en la única esperanza del votante republicano de parar a Le Pen. Los otros dos candidatos con posibilidades son el izquierdista Jean-Luc Melenchon, antiguo militante del PSF, hoy en posiciones populistas, y el conservador François Fillon, hasta hace pocos meses seguro vencedor en segunda vuelta, pero que -probablemente- ni llegara ni a entrar en ella. El sistema francés de segunda vuelta concentra el voto en los dos candidatos con más apoyos en la primera. Es casi seguro que Le Pen será la más votada el día 23, y la duda es cuál de los tres candidatos que le siguen -el cuarto, el socialista Hamon, no tiene ninguna posibilidad- será el que se enfrente a ella. Las encuestan revelan una situación de extrema volatilidad, en la que Melenchov gana terreno a pasos agigantados gracias al voto útil socialista, consciente de que el voto a Hamon no lleva a ninguna parte. Si Le Pen y Melenchon se hacen con los primeros puestos y compiten en segunda vuelta por la presidencia, sería la primera vez que el sistema francés rompa una de sus reglas tradicionales, que es la de que los ciudadanos y partidos republicanos no han respaldado nunca a un candidato del Frente Nacional. Pero si se da la contingencia de tener que elegir entre la ultraderechista Le Pen, partidaria de sacar a Francia de la Unión Europea, y el populista de izquierdas Melenchon, autoproclamado portavoz de los indignados, con un programa similar al de Podemos en España... ¿Qué opción apoyaran los votantes de derechas y centro? ¿A una populista de derechas o a un populista de izquierdas?

El voto de izquierdas que empuja a Melenchon puede provocar lo que parecía imposible: abrir las puertas del Eliseo a Marine Le Pen, y acabar barriendo de un plumazo el proyecto de la Europa unida. Con Le Pen, candidata hoy de los restos depauperados y empobrecidos de la clase obrera de Francia, de una gran parte de sus campesinos y de las arruinadas y envejecidas clases medias, Francia dinamitaría una Europa que ya se enfrenta a las dificultades del Brexit, la primera de las señales de que el mundo desarrollado ha comenzado una imparable involución hacia el fraccionamiento, el conflicto y la guerra. Las naciones resuelven sus problemas por la mitad más uno de los votos (a veces ni siquiera de sus ciudadanos, sólo de sus representantes), y el diálogo y la voluntad de alcanzar acuerdos e integrar diferencias dejan de ser las principales herramientas de la política: May, Trump, Putin, Erdogan, o Le Pen, fuera de España, o Puigdemont y Pablo Iglesias aquí, representan -de distinta forma y con distintos niveles- una concepción de entender la acción política basada exclusivamente en el éxito de las propias ideas, sin tener en cuenta el coste cívico de ese éxito. Es una confusión de lo que significa la democracia, que no es sólo el Gobierno de la mayoría, sino el respeto de las minorías y la búsqueda de acuerdos y consensos incluyentes. Frente a ellos se levantan partidos rotos por la lucha por el poder y enfrentados entre sí por la miopía y egoísmo de sus líderes. Todos juntos apuntalan el retorno -tamizado por el descreimiento público, la desmovilización y el uso aberrante de las tecnologías de la comunicación- de los viejos paradigmas identitarios y redentores del siglo XX. Los mismos que llevaron al mundo a la guerra y a la humanidad a las mayores cotas de sufrimiento y destrucción jamás conocidas...