Tenemos otro hipócrita debate sobre si los políticos que militan en los partidos implicados en el escándalo de Las Teresitas deben o no deben pedirnos a los ciudadanos perdón por aquel pelotazo de libro que la Justicia no logró probar como fruto de un cohecho y convirtió en uno de los casos de malversación de caudales públicos más penados de la historia de las Islas.

En realidad, esto de pedir perdón por algo en lo que uno no ha participado tiene su aquel: es como pedir perdón por los delitos cometidos por nuestros padres o nuestros abuelos. Existe tradición al respecto, pero es de la Edad Media o del Tercer Reich. Aun así, si yo fuera un militante de Coalición Canaria, partido al que pertenecía el alcalde Zerolo cuando se perpetró el asunto de Las Teresitas, supongo que ante la menor insinuación me apresuraría a suplicar el perdón de los ciudadanos por el malhacer de mis predecesores, que es lo que han hecho el presidente del Gobierno y el del Cabildo de Tenerife -pedir disculpas- y no lo que han hecho José Miguel Barragán o el alcalde Bermúdez, que prefieren esperar a que las sentencias sean firmes, o mucho menos lo que hizo Ricardo Melchior, que se despachó a gusto calificando la sentencia contra el exalcalde chicharrero de desproporcionada y durísima, insistiendo en que no se ha podido probar que nadie robara nada. Y eso no es exactamente cierto: sí lo es que no están todos los que son, y que al final el pato lo van a pagar -con la excepción de Zerolo- los mandados de siempre. Porque entre recursos y otras sandunguenderías, Antonio Plasencia e Ignacio González van a ser dos ancianos enfermos y muy probablemente eximibles de cumplir condena. Ya lo verán, tienen para poder pagarse muy buenos abogados. Pero no se librarán ni el exconcejal Parejo ni los funcionarios.

Mientras, la política discurre por el mismo camino del "show-business": después de pedir disculpas en el Parlamento, con su rostro de no haber matado nunca a una mosca, Clavijo le recordó a Patricia Hernández que ella también debía pedirlas, porque los socialistas de Tenerife votaron a favor de la operación en el pleno municipal de Santa Cruz, lo que debe significar que estaban también en la pomada: y tú más...

En fin, que unos y otros se entretienen en ruidos y fiestas, y aquí nadie habla de lo que es de verdad importante; que los condenados deben devolver una morterada salvaje que entre pitos y gemidos ronda nada menos que los cien millones de euros.

Si quieren que les diga lo que yo pienso, está muy bien lo de la ejemplaridad y la contundencia y todo eso, pero a mí lo que de verdad me pone de la sentencia del juez Landete es la cosa más práctica: que tengan que devolver hasta el último céntimo, más multa, más los intereses y las costas, una pasta. Debo de ser un desalmado, pero si me han robado hasta las enaguas, yo prefiero menos declaraciones políticas, menos compungidas disculpas, menos mamoneos de arrepentido, y más que me devuelvan lo que me han quitado. En este caso, un dinero suculento y más que necesario que podría haber servido para paliar el sufrimiento de tantas familias desahuciadas, de tanta gente sin empleo, de tanto pobre de solemnidad de siempre, y de tanto nuevo pobre de crisis, ciudadanos sin fortuna y sin esperanza que tocaron en los años de después del pelotazo en las puertas de la asistencia social municipal y se quedaron con las ganas.

Porque alguien había vaciado los ahorros chicharreros para que gente con mucho dinero tuviera todavía un poco más...