En 2016, Canarias ingresó 3.232 millones por cotizaciones sociales, y gastó en prestaciones contributivas (pensiones, viudedad y orfandad e incapacidad permanente) 3.375 millones. Por primera vez en la historia, el saldo entre lo que se ingresa y lo que se paga ha sido negativo en las Islas: 143 millones de euros de desfase.

No se trata de algo inesperado: Canarias había logrado escapar al comportamiento en general desfavorable del saldo de la Seguridad Social por dos factores. Uno es que en las Islas se pagan pensiones muy bajas, porque históricamente los salarios también lo han sido; y el otro es que la pirámide de edad en Canarias fue hasta hace algunos pocos años una pirámide (con la base mucho más ancha que la cúspide, con más jóvenes que viejos), y no una columna o una seta, como ya es en otras regiones. De poco para acá, la demografía canaria es muy similar a la media española, el número de trabajadores que sostienen el sistema es cada vez más pequeño, y tienen salarios muy bajos.

En 1967, cuando se estableció el actual sistema de pensiones con la entrada en vigor de la Ley General de la Seguridad Social, por cada jubilado con derecho a recibir una pensión había entre seis y siete personas cotizando. No era en absoluto un sistema perfecto, muchísimas personas seguían desprotegidas, se mantenían antiguos sistemas de cotización que no se correspondían con los salarios reales, no se producían revalorizaciones periódicas de las pensiones y el sistema resultaba bastante caótico, con multitud de organismos superpuestos. Pero cabía pensar que con el tiempo -como efectivamente ocurrió- las cosas fueran mejorando. Hoy España dispone de uno de los mejores sistemas de pensiones de Europa, que es tanto como decir del mundo. Es aún imperfecto, pero atiende a más de diez millones de pensionistas, casi la cuarta parte de la población del país. Y ahí estriba su principal problema: la relación entre personas que cotizan y personas que reciben una paga es de dos a uno. Además, hay muchas jubilaciones de nivel alto, y muchísimo empleo que cotiza muy poco. No es lo mismo ser un trabajador temporal en hostelería que trabaja en períodos cortos un par de veces al año y cobra mil euros, que ser un empleado industrial o un funcionario que cotiza cuatro veces más. Cada vez se jubilan más personas que tuvieron buenos empleos, y cada vez se incorporan más trabajadores en precario y con salarios muy pequeños al sistema.

Por eso, la percepción creciente es que esto acabará por implosionar, más temprano que tarde: Rajoy se ha gastado en pocos años el superávit que había, y nadie quiere ocuparse de un asunto tan peliagudo. La política prefiere moverse en los ámbitos del circo que en los del drama. Quizá porque los políticos saben que el agotamiento del modelo no se producirá de un día para otro, y a ellos les preocupan sobre todo las próximas elecciones. En cuanto se gaste la reserva -puede ocurrir este año- el Estado tendrá que destinar recursos ajenos al sistema para hacer frente al déficit creciente. Que es un saco sin fondo. Y entonces vendrán los problemas. Problemas de verdad. De los que ahora nadie se ocupa.