Una entrevista amable a la revista Masmujer se ha convertido en el peor resbalón de la diputada Melisa Rodríguez en su aún corta carrera política. Ante una pregunta sobre feminismo, Melisa Rodríguez se descolgó con una chocante declaración "progrepijista" deudora a partes iguales de la antropología "new age" y la candidez. Evitando contestar directamente a lo que se le preguntó -si era feminista-, doña Melisa dijo que lo que ella busca es "la igualdad de las personas reales: mujeres, hombres y seres..." Y aclaró que por eso presentaron desde Ciudadanos "el proyecto de ley para que los perros sean personas. No se puede tener un ser vivo como si de un bien material se tratase. Creo en las personas por igual, sin etiquetas". La lió, claro.

La respuesta, que intentó matizar después con argumentos de metalenguaje y contexto (si digo lo que digo es porque antes había dicho otra cosa), es, más que desafortunada, directamente cobardica y tontorrona. Y no es que confunda el tocino con la velocidad, es que no quiere meterse en más líos. La ley presentada por Ciudadanos y aprobada por el Congreso no convierte a los perros en personas, los define como seres sintientes, que es lo que son, pero sí los dota de una difusa personalidad jurídica, sin aclarar demasiado los límites de esa condición. Nadie prestó mucha atención al asunto cuando fue aprobado en el Parlamento, porque en este país cuestiones que son realmente trascendentales, y que en otros lugares producen apasionados debates políticos y filosóficos, aquí se votan como churros y pasan desapercibidas. La propuesta de Ciudadanos, hoy ley, parte de la asunción de la "personalidad" no humana de ciertos animales, un debate abierto en algunos sectores de la comunidad científica. La creación de la figura jurídica de "persona no humana" que ampare a algunas especies animales con elevada capacidad cognitivas y notable inteligencia responde sobre todo a la voluntad de proteger los derechos de nuestros primos homínidos: los chimpancés, orangutanes y los otros grandes simios. Pero hay defensores, y entre ellos está probablemente la diputada de Ciudadanos, que creen que el criterio para otorgar personalidad jurídica a un animal es simplemente que posea conciencia, que tenga capacidad para sentir. Sin duda, un perro la tiene, y un gato, y una rata, y es probable que también una lagartija, una anchoa y quizá una cucaracha o un mosquito. Establecer el límite de lo que es un ser sintiente es bastante complejo. Ya veremos si esta discusión nos lleva a algún lado, o si se amplía al mundo vegetal.

Pero esa no es la clave de la histeria desatada en torno al hecho -también publicitado por ella- de que doña Melisa se derrita con su perrito, un amor de chucho, seguro. La clave es que doña Melisa ha mezclado -sin duda involuntariamente- un concepto hoy sacralizado -el género mujer- con uno en proceso de serlo -la animalidad sintiente-, y al hacerlo ha abierto la veda: podemos defender sin rubor que los bichos son personas, pero meterlos en una respuesta a una pregunta sobre feminismo se convierte en una ofensa contra la mitad de las personas humanas.

De verdad: nos estamos volviendo idiotas. Pero no por explorar los límites de la razón. Eso vienen haciendo de distintas maneras la filosofía y la ciencia desde sus orígenes, a veces derrapando en la tontería. Nos estamos volviendo idiotas porque estamos aceptando sin decir ni pío que un grupo de personas humanas fanatizadas estén estableciendo lo que podemos decir y lo que no, lo que puede discutirse y lo que es indiscutible, lo que está bien y lo que está mal. Si yo no fuera un tío, diría que esta forma tan religiosa de entender como dogma el feminismo es una traición a los valores fundamentales del propio feminismo. Pero cualquiera dice nada. No quiero que me linchen en las redes?