Estuve ayer en la rueda de prensa ofrecida por Demócratas para el Cambio, en uno de los salones de la Real Sociedad Económica en Las Palmas. Leyeron por turno un amplio comunicado de cuatro páginas, explicando la génesis de la propuesta que la ponencia sobre la reforma del sistema electoral deberá votar en su próxima reunión, y de la que ya se han descolgado Coalición y la Agrupación de Curbelo, además de Ciudadanos y también algunos dirigentes de Podemos, que no creen viable aumentar el número de diputados sin aumentar el coste.

Fue una rueda de prensa con algunos elementos surrealistas: el primero, el hecho de que se siguiera hablando de las opciones de la reforma planteada por Nueva Canarias, PSOE, PP y Podemos, cuando ayer se sabía ya que había muerto antes de nacer, porque para hacerla prosperar hacen falta más votos de los que tiene la oposición. La oposición siempre lo ha sabido (y supongo que Demócratas para el Cambio también), pero eligió medirse donde podía fracasar, y responsabilizar a Coalición y a Curbelo (con razón), en vez de forzar un acuerdo en el Congreso, en el marco de una negociación en la que Coalición no tendría fuerza. ¿Por qué no eligieron los partidos esa fórmula? ¿Por qué no intentan ponerse de acuerdo donde podían hacerlo? Básicamente, porque a pesar de toda la palabrería, la reforma electoral no la defiende en serio nadie, porque a nadie le interesa. Los cuatro grandes partidos nacionales podrían asumirla sin problemas, pero eso supondría cambios del "statu quo" partidario y conflictos importantes en Canarias. En Canarias puede asumirse civilizadamente una reforma que no va a salir, o una como la que se ha hecho, que no cambia nada.

El compromiso de los partidos y grupos que defendían la reforma -entre ellos Demócratas para el Cambio- se materializó en su manifiesto por la reforma electoral, que contemplaba tres puntos clave. El primero, mejorar la proporcionalidad, incrementando la representación de las islas capitalinas. No se ha producido tal cosa, no se incrementa la representación, se trampea con los apaños del "colegio de restos". El segundo compromiso, reducir las barreras electorales a una, con el tope del cinco por ciento. Tampoco se ha hecho, se mantienen las dos barreras, la insular al 15 por ciento, y en la regional aún no hay acuerdo con el PP sobre la reducción. El tercer compromiso era excluir como elemento rector de cualquier reforma el argumento de la triple paridad. No ha ocurrido: la triple paridad sólo se ha tocado mínimamente atribuyendo un diputado más a Fuerteventura: la puntita de la reforma. Y nada más.

Lo más chocante es que los directivos de Demócratas para el Cambio defendieron con vehemencia y variados argumentos una posición que -a mi juicio- no ha sido nunca la suya, amparándose en que es mejor un pequeño éxito consensuado que no cambia nada el inmovilismo. Escuchar a Vicente Mujica, promotor de las más importantes iniciativas sobre la reforma, justificar indistintamente un mayor coste de la representación, el sistema de colegio de restos, o la ridícula reducción de la desproporción, me resultó chocante.

A la salida de la rueda de prensa alguien bromeó sobre la encendida defensa de un modelo muy alejado de lo que han venido defendiendo, con la chanza de que Demócratas para el Cambio es la "marca blanca" para la reforma electoral de Nueva Canarias, partido que con esta reforma evitaría perder dos diputados por la incorporación parlamentaria de Ciudadanos. Puede resultar chistoso, pero no es cierto: son un grupo de profesionales y académicos preocupados por un sistema electoral que ya no nos sirve y que hay que cambiar. Lo que les ha pasado es que -tras tantos años de intentarlo sin avance alguno- han sucumbido a la tentación de un irrelevante acuerdo de mínimos. Un acuerdo respaldado por una parte mayoritaria de la Cámara, pero insuficiente para reformar las normas electorales en Canarias. Al final el sistema no cambiará, pero esta pelea ha logrado cambiar los criterios de Demócratas para el Cambio.