Román Rodríguez ha anunciado que Nueva Canarias solo apoyará los Presupuestos Generales del Estado si se obtiene por parte del grupo parlamentario popular el compromiso de hacer frente a la reforma electoral en Madrid. No aclara Rodríguez si ese compromiso es solo a efectos de activación del debate sobre la reforma en el marco de la del Estatuto de Autonomía, o si también implica que el PP apoye en el Congreso establecer un "colegio de restos" con nueve diputados más, que es lo que hoy asumen Demócratas por el Cambio y Nueva Canarias. Personalmente, me parece perfectamente legítimo que el Congreso se ocupe de la reforma del sistema electoral canario en el trámite del Estatuto de Autonomía. De hecho, así estaba previsto, aunque todo el mundo deseaba que el debate sobre la reforma llegara despejado desde Canarias, es decir, que no sean los diputados de otras circunscripciones los que determinen qué sistema electoral debe regir en las islas. A los efectos, si en Canarias no somos capaces de ponernos de acuerdo, no me parece mal que sea Madrid quien nos diga cómo hacerlo, aunque reconozco que me sorprende que un partido de izquierdas y nacionalista -como se define Nueva Canarias- le pida al PP de Madrid que se ocupe de resolver un asunto que compete a los ciudadanos de las islas y a sus representantes.

Lo que realmente me parece un poco bochornoso es que Román Rodríguez condicione su apoyo a los presupuestos nacionales a que el PP se moje en Madrid en la reforma electoral. Creo que es una demostración más de hasta qué punto el sistema de zoco y mercadeo contamina absolutamente el ejercicio de la política en Canarias. Lo pudre todo, y lo pudre tan intensamente, que hasta tipos con más de 25 años ininterrumpidos en cargos públicos relevantes y con experiencia política contrastada, como el expresidente y exdiputado al Congreso Román Rodríguez, son capaces de hipotecar de forma explícita el voto de su partido a los Presupuestos Generales del Estado a un asunto que no tiene nada que ver con los propios Presupuestos, algo que hace unos años le habría supuesto una salva de collejas hasta del último de los diputados al Congreso. Uno supone que los diputados nacionales se deben tomar su trabajo en serio, y que el señor Quevedo debería apoyar (o no) los presupuestos si considera (o no) que son buenos (o malos) para el país y para Canarias, no en función de lo que haga el PP con la reforma electoral. Convertir el debate de los Presupuestos en un puro chalaneo de intereses políticos, todo lo legítimos que se quiera, pero que nada absolutamente tienen que ver con el reparto de los dineros, es -más que nada- una demostración de la zafiedad que caracteriza hoy nuestra política cotidiana. Y además, es también un cuento chino: hasta que no se desatasque el voto del PNV, aún hoy bloqueado, el diputado 176 -que en los pasados Presupuestos decía ser el señor Quevedo- es como mucho el diputado 151. No digo yo que no sea importante lo que decida o no hacer Quevedo con el voto que le prestó el PSOE. Pero no es -de momento- determinante para aprobarle las cuentas de 2018 a Rajoy. Román Rodríguez está vendiendo la piel de un oso que aún no puede cazar, y que a lo mejor no puede cazar nunca.