Son vecinos y cómplices. Basta apenas una leve caricia sobre su piel para sentir el pulso de un corazón de amigo. Con la suelta de libros, las gentes en La Laguna acuden a la cita callejera buscando ansiosas poder atraparlos en la huella del tacto, mientras ellos lo observan todo desde su inocencia descubierta, con esos ojos de infinito que de mirar nunca se cansan.

Y así van deshojando capítulos de la memoria, recordando cuando levantaban el vuelo, todavía tiernos; celebrando el descubrimiento de las palabras y la consentida cautividad de aquellas princesas vírgenes; construyendo efímeros castillos en el aire; lanzándose a cualquier aventura, sin límites de espacio; abriendo todas las ventanas del mundo; sobrevolando la melancólica tristeza de las islas; derramándose en mil amores; conociendo los lugares donde se sienta el viento; abrazando los pechos húmedos de la lluvia; convirtiéndose en confidentes y en amantes; inventando las verdades sin descanso; poniendo el acento a las libertades; derrotando a los imposibles; sucumbiendo a las contradicciones; aprendiendo el futuro con mayúsculas...

Alongados, una página más, y bien acurrucados en el regazo de la imaginación, basta tan solo con deletrear sus nombres: almas de Quijote, compañeros.