Este es un país de escándalos fáciles y linchamientos ejemplares. Cuando escribo estas líneas, se acercan ya a cien mil las personas que se han dado cita a través de las redes sociales para participar en una fiesta con barbacoa en el chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero en Galapagar, a celebrar el próximo dos de junio. Estoy convencido de que todo esto es una broma, porque si no lo fuera, a ver cómo se impide que cien o doscientas o trescientas mil personas organicen un sarao así en casa ajena. No quiero ni imaginarme lo que sería disolver a las bravas una concentración de centenares de miles de personas cargadas de salchichas y muslitos de pollo, dispuestas a participar de un monumental asadero. Este país comienza a dar muestras de cierto desquiciamiento colectivo.

Dicho eso, y deseando a la pareja podemita que pueda comprarse una casa y habitarla con tranquilidad donde se le antoje hacerlo, me resulta difícil huir de la percepción de que el jolgorio que la elección de esa mansión pija que todos hemos visto, retrete de piscina incluido, es consecuencia de las contradicciones en el discurso moral que Iglesias inventó sobre la casta, o sea, sobre los mismos que se significaban por hacer lo que él hace ahora. Hay todo un catálogo de graciosas ocurrencias en ese sentido de este señor que tiene una extraordinaria facilidad para ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en los ojos de Monedero, Errejón o Echenique. Monedero por evadir a Hacienda, Errejón por cobrar de la universidad una dedicación que no cumplía, y Echenique por olvidarse de pagar la Seguridad Social de su asistente personal o lo que fuera: Iglesias tampoco va muy fino: aún no ha sido capaz de explicar convincentemente la financiación reconocida de Irán en ''La Tuerka'', o los 45.000 euros/año por sus apariciones en televisión, dedicándose a la política. No sé yo si el resto de los diputados que acuden a programas de la tele cobran por hacerlo. En cualquier caso, verdad es que todo ese dinero (más de tres salarios mínimos) más su sueldo de diputado, y el de su pareja como diputada, explican que pueda comprarse el chalé que quiera, pero no que reciba un tratamiento de favor de la Caja de Ingenieros, con medio punto de interés bancario bloqueado durante toda la duración de la hipoteca. Eso no se le concede a ningún hijo de vecino, que yo sepa. Además, el hombre prometió que no dejaría su piso de Vallecas ni aunque llegara a la Moncloa. Y denunció al ministro De Guindos por comprarse un ático que le costó lo mismo que a él su casa.

Todo eso no lo deja muy bien, pero lo más destructivo de esta historia es que -no contento con ser incapaz de hacer frente a sus contradicciones- ha ideado cómo escapar del juicio moral de sus votantes, solicitando el respaldo de su partido. Montar un referéndum para que los afiliados de Podemos decidan si puede o no tener la casa que a él y a la madre de sus gemelos les salga del occipucio se me antoja un comportamiento tirando a manipulador: obliga a los suyos a elegir entre dejar al partido huérfano de liderazgo o respaldar su decisión. Es difícil que Iglesias y Montero pierdan ese referéndum (es difícil que Iglesias pierda cualquier consulta que convoque entre los militantes de su partido), pero el desgaste que ahora sufre él se traslada gratuitamente a Podemos. Curiosa izquierda transversal esta, que tiene que consultar a sus bases las decisiones privadas de sus dirigentes. Lo dicho: este país chiripitifláutico nuestro hace tiempo que perdió el oremus.