Es curiosa la explicación de Pedro Sánchez a su petición de apoyo a los diputados "indepes" de Esquerra y de Democrats (en el Congreso se llaman así). Es curiosa, porque según Sánchez, se les pide el voto, pero a cambio de absolutamente nada. O sea, como se lo ha dado Pablo Iglesias? (o eso dice él).

Es triste que este país esté discutiendo ahora lo que plantea Pedro Sánchez, en vez de preguntarse por los motivos por los que un presidente sin crédito no se decide a convocar elecciones, que es lo que debería hacer. Y no porque cuando más tarde se celebren, peor será para su partido. Sobre todo porque en un momento de grave emergencia nacional, un gobernante deben saber qué hacer. Rajoy no lo sabe: ni la anunciada pérdida del apoyo de Ciudadanos ni la censura del PSOE han logrado sacar a Rajoy del ensimismamiento en el que se instaló desde que perdió la mayoría absoluta.

Es verdad que el país no puede permitirse estar cada día acudiendo a las urnas, pero también lo es que la situación ha llegado al límite. Lo razonable sería desatascar de una vez la situación con un acuerdo entre Rajoy y Sánchez: el gallego debería pactar con el socialista convocar inmediatamente elecciones si se retira la moción de censura, que impide convocarlas. Pero Sánchez está en otra tesitura: no quiere convocar elecciones. Lo que quiere es calzarse la Presidencia en la última oportunidad que ve para poder hacerlo. Por eso se compromete a convocar elecciones cuando sea presidente, pero unos meses después de serlo, para que le dé tiempo de pasar a la Historia y/o afianzarse en el poder. Lo primero -pasar a la Historia- lo tiene fácil: se puede acabar en los libros o en el recuerdo de los contemporáneos por hacerlo muy bien o también por hacerlo muy mal. Pero afianzarse en el poder es bastante más difícil: creer que es posible montar y mantener un gobierno sólo con los votos del PSOE, con los independentistas catalanes rompiendo las costuras del país, el PNV decidido a pescar en el río revuelto, Podemos de claque perversa y el PP y Ciudadanos en contra, es una ensoñación absurda. Impropia de un dirigente con formación y madurez.

Rajoy soporta desde hace dos años el calvario de su propia minoría, cediendo en los Presupuestos y sufriendo una tras otra humillaciones parlamentarias, sin salir de la pasividad. ¿Por qué habría de ser distinto para un PSOE con muchos menos apoyos viables?

Sánchez cree que le bastaría tener el poder para que todo funcione, y las cosas empiecen a ordenarse. Pero es una idea absurda: es precisamente cuando se está en el poder cuando uno se convierte en el responsable de todo lo que sale mal. La presidencia de Pedro Sánchez -una vez claro que Ciudadanos no va a apoyarle-, sólo es posible en dos formatos: con los votos de Podemos, los secesionistas catalanes y los nacionalistas vascos (suman 178), o sustituyendo el PNV por la tropa independentista de Bildu, y convenciendo a Coalición (suman 176). ¿Cómo respondería el PSOE a las peticiones de Podemos para seguir apoyándole? ¿Cómo se enfrentaría su gobierno a la situación de caos en Cataluña, después de hacer aceptado el imprescindible apoyo de los secesionistas? ¿Sin darles nada a cambio? Eso es un cuento de hadas.

No se puede resolver este desaguisado sin pasar antes por unas elecciones. El PSOE no puede hacerlo ahora, y es difícil que pueda después. El atajo que pretende Sánchez no es bueno ni para el país, ni para el PSOE, ni probablemente para él mismo. Pónganse de acuerdo, devuelvan a los ciudadanos la confianza en la democracia: convoquen elecciones. Hoy es lo menos dañino para España.