Es curioso: apenas han pasado unas pocas horas desde que Pedro Sánchez ganó su censura a Rajoy, y leo (en los periódicos digitales, más leeré mañana en los de papel) comentarios que apuntan a que todo ha cambiado, que han cambiado las urgencias del país y han cambiado los protagonistas. Es como si se hubieran abierto los cielos y el dedo de Dios hubiera descendido directamente sobre Pedro Sánchez, otorgándole con la baraka del nuevo elegido, la posibilidad de doblar el tiempo y hacer que las cosas sean a partir de ahora completamente distintas. En realidad, no es así: los periodistas siempre hablamos de lo que es histórico y lo que no lo es, escribimos pendientes de una sucesión abigarrada de acontecimientos que se nos antojan determinantes, pero lo cierto es que aquí no ha pasado nada tan relevante ni tan histórico como creemos.

Al menos, no de momento: lo que de verdad ha ocurrido es que un señor gallego ha tenido que liar su petate porque los representantes de 12 millones de españoles que piensan de forma muy distinta, incluso enfrentada, se han puesto de acuerdo en cambiarlo al gallego por otro. No es poco, pero tampoco es que sea un día a recordar por la Historia. No es histórico que esta sea la primera moción de censura que triunfa en la democracia española. Como mucho, el que haya ocurrido. Es sorprendente. Ni es histórico que Sánchez sea el primer presidente no diputado, es apenas preocupante para Sánchez, que sólo estará protegido en sus funciones por una inmunidad más simbólica que real, ya que para juzgarle no se requiere de suplicatorio -como ocurre con los diputados y senadores- sino de una mera comunicación del tribunal -el que sea- al Gobierno. Tampoco es histórico que toda la izquierda española (y los partidos nacionalistas, menos Coalición Canaria que tampoco es que sea muy nacionalista) se hayan puesto de acuerdo por primera vez: ya lo hicieron en 1936, en el Frente Popular, integrado por socialistas, republicanos de izquierda, Unión republicana, Esquerra, y todos los demás partidos nacionalistas (hasta siete, además de Esquerra, lograron representación parlamentaria), con la excepción de la Liga y el PNV, que acudieron por el Centro.

La Historia con mayúsculas, en fin, no está en el hecho de que Sánchez haya sido elegido presidente, un asunto menor en términos históricos, ni siquiera en el hecho de que el PSOE decida girar hacia posiciones radicales (ya ocurrió en la Segunda República, durante el Bienio Negro). La Historia, si es que está en algún lado, podría estar -a mi juicio-, en que ochenta años después de aquellos acontecimientos, cuarenta transcurridos desde que el PSOE y el PCE asumieron la Transición y sus enjuagues como partera de la democracia española, después de esos dos grandes ciclos, el PSOE vuelva a mirar por primera vez hacia su izquierda y no hacia su derecha -el centro-, hacia la periferia rica y no hacia el Sur pobre, que es donde siempre ha logrado el PSOE conectar con la voluntad de cambio de la ciudadanía.

La Historia es en realidad un continuo pasar cosas, que sólo el tiempo coloca en su sitio. Ahora van a pasar cosas. Muchas. Algunas ya han empezado a ocurrir: por ejemplo, que cinco partidos que votaron a Sánchez han presentado sus vetos a los presupuestos en el Senado. Podemos, Esquerra, PdeCat, Compromís y Bildu lo hicieron ayer, mientras Sánchez prometía respetarlos a cambio de garantizar el voto del PNV a la censura. El frente de la censura ya se resquebraja.

Van a pasar cosas, muchas cosas: juntas son las que hacen eso que llamamos la Historia.