El exdiputado 176 (ahora 85), Pedro Quevedo, decidió ayer salir del congelador en el que -para protestar enérgicamente por la actitud del PSOE en relación al descuento del 75 por ciento- se había metido él mismo, el día antes. El hombre decidió congelarse justo minutos antes de anunciarse la solución del aumento de la residencia, pactada por el Gobierno con el presidente Clavijo y su colega de Baleares, Francina Armengol. Ante la noticia del acuerdo, una reculada en toda regla del ministro de Fomento, que aplicará el descuento como muy tarde antes de fin de mes, Quevedo decidió salir del congelador y meterse en el microondas, apenas 24 horas después. Su heroica hibernación parlamentaria ha resultado a la postre más una operación de recalentamiento de sobras que un descenso a los infiernos árticos.

En fin, es verdad que el señor Quevedo no es precisamente el más representativo de nuestros próceres, pero en éste y otros asuntos resulta de verdad perfecto para ilustrar la inanidad de los gestos políticos que -para desgracia de una sociedad hastiada de gestos y declaraciones que no conducen a nada- se han convertido en la manera en la que desde hace ya años se ejerce la política. Descongelado tras 24 horas, Quevedo escenificó ayer su regreso a la carne apenas refrigerada, votando el acuerdo suscrito entre el PSOE y Podemos, con el apoyo del PNV y de ERC, para renovar la dirección de la televisión pública española. Un acuerdo en el que el apoyo de ERC se ha logrado condicionándolo a otra declaración en zona glacial: la de que Quim Torra y Pedro Sánchez podrán hablar de cualquier cosa que se les ocurra en la reunión bilateral que van a mantener en unos días. ERC condiciona su voto en la renovación a dedo de la tele a que Torra "tenga permiso" para recordarle a Sánchez que es republicano y quiere otro referéndum, y Sánchez le escuche atentamente y en silencio, sin mandarle a hacer gárgaras (eso sería poco educado) o decirle que por él como si se mete a monja.

No está muy claro el valor práctico o las consecuencias de que Torra pueda hablar de lo que se le antoje con Sánchez (ni como este podría evitarlo), pero ya dije antes que la política es cada vez más así, para entendernos, más idiota. La cosa es que tenemos renovación a dedo de la tele española porque Sánchez escuchará a Torra hablar de lo que él quiera, y porque el PNV ha podido mangonear la elección, y porque Quevedo se ha descongelado a sí mismo y porque Pablo Iglesias ha aceptado sin armarla que todos sus mentados se vayan por el desagüe de las declaraciones públicas. Está el podemita pactista, conciliador e irreconocible desde que tres dotaciones de la Guardia Civil vigilan su casoplón proletario, como antes hacían "con las casas de los ricos".

En fin, no es que uno tienda de forma natural al nihilismo o la radicalidad, pero tras el anuncio de la desglaciación de Quevedo, quiero pensarme seriamente las extraordinarias oportunidades que abriría para la vida pública una política de señorías (y adláteres) por un tiempo congelables.