Cinco asesinatos en dos días. Nueve en un mes. Mujeres y niñas. Todas ellas con denuncias previas. Un fracaso de la Justicia. Lo ha dicho todo un presidente del Tribunal Superior del País Vasco. El sistema no funciona. ¿Por qué? Seguramente por falta de recursos, poca coordinación entre las distintas áreas de acción, y así?

Tomar decisiones es complicado. Lo que importa es el calado, las consecuencias del sí o del no, sobre todo si hay vidas en juego. Los magistrados pivotan cada día entre el calado y las consecuencias; entre el blanco y el negro, no valen grises. Enviar a prisión o resolver delicadas órdenes de alejamiento en casos de violencia de género. Equivocarse en esto último puede significar quebrar la delgada línea entre la vida y la muerte. Castellón, Bilbao? Mujeres que habían suplicado esa medida ante el pánico a morir. Sí, morir?

No es fácil asumir las consecuencias de una decisión. No es fácil vivir con que una decisión conlleve la muerte de seres humanos. Lo difícil es después de tantos años, tantos millones de euros gastados en campañas y tanto minuto de silencio inútil, asumir que todo ha sido en vano y que las bestias siguen matando. Noticias de las que ya nadie se acuerda.

Vergüenza de una sociedad que digiere estos dramas en 48 horas sin echarse a la calle para pedir que se depuren responsabilidades.