Por fin juntos: Gran Canaria y Tenerife se acercan irremediablemente empujados por la fuerza telúrica y geodinámica de una falla regionalista que acecha en el fondo del mar matarile. Al final resulta que el destino de las islas capitales es compartido, que su final es fundirse en un abrazo forzado por las tensiones atlánticas. Científicos de Sevilla y Cádiz, al parecer sin necesidad de recurrir al consumo dipsómano de manzanilla a granel, prevén que en apenas unos pocos millones de años se podrá pasear desde Mogán a Las Teresitas sin mojarse ni siquiera un poco los pies.

Se trata sin duda de una noticia de extraordinario alcance, aunque a algunos nos coja el desenlace probablemente algo cascados: con la fusión de Tenerife y Gran Canaria se acabará el pleito insular y Antonio Morales y Carlos Alonso podrán compartir mesa y mantel en cualquier guachinche, sin que les salga obligatoriamente un sarpullido. Podrán criticar juntos al alimón la voracidad fiscal y el oportunismo isloteñista del partido de territorios menores fundado por Casimiro Curbelo. Los optimistas consideran que -para entonces- es posible que dejemos chichas y canariones de pelearnos a cuenta de la reforma de la ley electoral, ley que (por cierto) Coalición parece muy interesada en que siga igual por los siglos de los siglos, por mucho que diga el Estatuto reformado. Los pesimistas creen que lo único que cambiará cuando seamos un único peñón con los de enfrente, con el Teide en el medio y Las Canteras al costado, será el nombre de quienes se pelean. Porque cuando Tenerife y Gran Canaria sean una sola, probablemente serán una sola contra todas las demás: las otras siete islas (Graciosa incluida) exigirán ser tratadas como la macroisla central, participar del reparto de los convenios, sacar más tajada del neoIGIC al tipo 70 por ciento, comunicaciones subvencionadas al 150 por ciento y una tableta de chocolate Cadbury per cápita y día, para compensar la doble insularidad, la deuda histórica del centro con la periferia y el desprecio soportado de la isla mayor.

Para que luego hablen los radicales insularistas de las esencias eternas de Tenerife o Gran Canaria: pura filfa. Inútiles millones de años dedicados al pleito y a contar céntimo a céntimo cómo se reparte el presupuesto, miles de reuniones de Demócratas para el Cambio para forzar una mejor representación de Gran Canaria, y ahora resulta que el enemigo van a ser esos enanos asilvestrados y pretenciosos que nos rodean.

¿Y qué decir de los políticos insularistas? Me refiero a los de las islas grandes, los de las menores seguirán dando la vara con el reparto de los fondos del IGIC. ¿Qué harán los de las islas grandes? Pues harán lo mismo que siempre han hecho los insularistas cuando no les ha quedado más remedio: reciclarse en nacionalistas y seguir defendiendo lo mismo.

Vayan preparándose para esta nueva vuelta de tuerca. Apenas queda un puñado de millones de años de pleito para que el escenario cambie. Al final hasta lo echaremos de menos.