El Consejo de Ministras (y Ministros), reunido ayer en Barcelona, anunció una serie de medias conciliatorias destinadas a mejorar las deterioradas relaciones con la Generalitat y el Govern. Además de los cuartos para carreteras que Sánchez ha sacado de nuestros conveniados bolsillos para ponerlos en los de Torra, el presidente recurrió a lo simbólico, que es lo que realmente se le da bien: anunció el rechazo del Gobierno de España y condena al consejo de guerra franquista que decidió fusilar al president Lluis Companys, último president de la Generalitat durante la II República, ministro de la Guerra y dirigente de Esquerra Republicana. También se acordó renombrar El Prat con el nombre de Josep Tarradellas, en honor de aquél primer president de la Transición que dijo esa frase que hoy define mejor que ninguna otra lo que nos está ocurriendo en Cataluña: "lo que más temo es que hagamos el ridículo". Me parece de justicia histórica un reconocimiento a Tarradellas, al que los jóvenes de hoy identifican con un conocido chorizo, confundiendo al molt honorable Tarradellas con el poco honorable Jordi Pujol. Pero lo de Companys es otra babiecada del señor Sánchez. No porque no sea positivo y sensato contribuir a enterrar las heridas del pasado, ni siquiera porque haya elegido dar este mensaje de reconciliación a un personaje que se levantó en armas contra el Estado, y que -cuando el Gobierno democrático de la república más lo necesitaba, lo dejo tirado-. Han pasado ochenta años y no es cuestión de ponerse tiquis miquis, ni andarse con demasiadas sutilezas. Lo que ocurre es que la declaración de Barcelona sobre Companys es inane: la Ley de Memoria Histórica de Zapatero ya declaró la ilegitimidad de todas las condenas dictadas por los tribunales durante la Guerra Civil. Y también el Congreso de los Diputados, en septiembre de 2017, aprobó una declaración formal de anulación de la sentencia de muerte contra Companys. La decisión del Consejo de Ministras (y troncos) es lluvia sobre mojado. Otra ocurrencia más del inagotable don Ivan Redondo, de profesión asesor sanchista para camelos y fotos estilo Brad Pitt. Alguien debería en este Gobierno adanista recordar que antes hubo otros gobiernos que ya hicieron cosas.

En fin, acuerdos de alto simbolismo político y cuartos que nos quitan para poner piche en otro lado, mientras Barcelona era ayer una ciudad tomada por miles de violentos encapuchados indepes que siguen en la vieja consigna de Torra, la de que hay que apretar, mientras él se hace fotos bilaterales con Sánchez, presentando la intención común de encontrar una propuesta política conjunta "de amplio apoyo" para la crisis catalana.

Mientras, la Asamblea Nacional de Cataluña convocaba a sus militantes a bloquear las calles con sus coches. Y los CDR se enfrentaron a palos con los Mossos, con el resultado previsto: algunos detenidos, unas cuantas lunas rotas y bastantes chichones. Los CDR habían cortado desde muy primera hora de la mañana las carreteras y los principales accesos a Barcelona, al tiempo que pedían a sus seguidores rodear la Llotja de Mar, donde se reunía, el Gobierno de Pedro Sánchez, para impedirles salir de allí. Paradojas: tantos pedir la independencia de España para ahora querer quedarse con el Gobierno en pleno. Si sólo pidieran eso, yo les complacía.

En fin, saldo del día: nuestras carreteras, simbolismo repetido y palos. La política de la normalidad que ahora se practica en España.