España es un país con alma. Con sus virtudes e imperfecciones, esta es una nación que destila solidaridad en situaciones extremas. Sus entrañas se agitan en las fechas más críticas. Cuando ETA rompía familias, el día en el que los islamistas tiñeron de sangre las vías ferroviarias madrileñas o cada vez que un asesino se lleva por delante la vida de una mujer. Ayer tocó seguir en vilo cada centímetro que los mineros asturianos le rebañaban a la montaña en la que continúa Julen. Sí. En el instante de escribir estas frases, la brigada de rescate -diez guardias civiles, ocho mineros y ocho bomberos- todavía no había llegado al punto en el que está el pequeño.

Cada microvoladura se convirtió en una puñalada a la esperanza, cada piedra que se removió en las profundidades de la tierra supuso una bocanada de vida contra los que utilizan los medios de comunicación para plantear en estas horas tan críticas cuestiones que sobran. ¿Está Julen en el pozo? Hay que estar muy seguro de la respuesta que se quiere oír para lanzar un órdago tan envenenado... Esta edición se cierra con una duda de menos de tres metros y medio. Es probable, incluso, que cuando se dispongan a leer este artículo la tragedia haya evolucionado a otra realidad distinta a la que durante casi dos semanas se percibió en un montículo de Totalán. A la espera de un comunicado oficial, la única cuestión sin resolver es ¿Todos somos Julen?