Hace dos años llegó a La Laguna por amor y allí comenzó a moldear una propuesta artística que despegó seis meses atrás con la apertura del Laboratorio de Artes en Vivo del teatro Leal (LEAL.LAV). Javier Cuevas, un terapeuta familiar sistémico que estuvo durante más de cuatro años al frente del Centro Párraga de Murcia, es el motor de un proyecto que aún está en una fase embrionaria. "Vine a Tenerife con la tarea hecha; con una buena relación profesional con Isabel Delgado y José Luis Rivero que me ha sido muy útil en este proceso de adaptación", asegura el programador murciano.

¿Qué se encontró en Tenerife?

Me vi en medio de un territorio que transmitía un gran nivel de creatividad, rodeado de artistas muy profesionales y con unas infraestructuras que se estaban desmoronando, es decir, con la sensación de estar en un lugar que se había quedado sin un céntimo para invertir en cultura o que no tenía muy claro por dónde tirar.

¿A pesar de esa visión un tanto catástrofista apostó por consolidar sus ideas?

Isabel Delgado fue como mi hada madrina y me ayudó muchísimo, pero al llegar a Tenerife percibí una extraña desconexión entre los centros en los que se creaba arte. El Guimerá no sabía lo que hacía el Leal, el teatro Leal no sabía lo que hacía el Auditorio y el Auditorio no sabía lo que hacía el teatro Victoria... Roberto Torres -responsable del teatro Victoria- es un tipo al que en algún momento habrá que ponerle una avenida en Santa Cruz de Tenerife por la cantidad de esfuerzos que le ha regalado al mundo del arte... Me preocupaba la ausencia de sinergias entre los diferentes espacios de creación y producción y, sobre todo, su distanciamiento con las artes escénicas que no han tenido cabida en el panorama cultural de la Isla.

¿Había un problema de base?

Salvo el teatro Victoria, aquí no existía un proyecto de creación contemporánea alrededor de las artes escénicas y yo vine a Tenerife ilusionado y con una agenda repleta de contactos gracias a las experiencias que conseguí vivir en el Centro Párraga. Me gusta trabajar en espacios que sean autosuficientes; sitios que se alejen de lo faraónico y estén cerca de una escala humana.

¿Ese planteamiento suena a una situación casi milagrosa?

Con un presupuesto ajustado y mucho trabajo se le puede dar una oportunidad a los creadores de aquí y a los de fuera... los espacios de creación son internacionales; no pertenecen a un territorio geográfico que se pueda ubicar en un mapa.

¿Cómo es posible que en 2013 las artes escénicas de vanguardia sigan teniendo serios problemas para encontrar unos mecanismos de exhibición?

Igual estoy tirando alguna piedra contra mi propio tejado, pero de la misma forma que el problema de la ciudadanía son los políticos, muchas veces los problemas de los creadores vienen generados por los programadores... Eso ocurre porque asumimos prejuicios en pos de llenar teatros que no nos permiten acercar a los espectadores propuestas artísticas para las que ese público está más que preparado. El prejuicio nos dice no, no, no... Esto va a ser muy fuerte y no lo van a entender. Si somos capaces de encender la televisión y ver todo tipo de propuestas, al margen de la calidad y la dureza de los contenidos, o una persona de 80 años es capaz de comunicarse a través de ''WhatsApp''; ¿por qué le ponemos barreras a lo que se puede ver o no en un teatro?

¿El teatro necesita más riesgo?

A veces da la impresión de que los programadores de teatro tenemos que actuar como los cuidadores de una guardería, es decir, que tenemos que programar cosas fáciles para un público fácil y arriesgando lo mínimo... Al público siempre hay que darle algo arriesgado. Un programador no puede limitar sus gustos y tiene que tener claro que debe ofrecer un producto que se ajuste a las necesidades del año 2013. ¿Por qué a un público de 2013 le seguimos dando un teatro del siglo XIX? Eso está muy bien, pero es como si en la tele solo me pusieran películas grabadas en 1940 o en una emisora únicamente se programara música barroca o renacentista. Eso está de puta madre (con perdón), pero es que vivimos en el año 2013. Las artes escénicas contemporáneas son las que se hacen hoy; punto y pelota. No hay más...

¿Se considera un creador arriesgado?

Sí que lo soy porque arriesgo mi dinero, mi tiempo, mis ideas... Soy un actuante, un creador o un productor que hace lo que le apetece. Y lo que me apetece es hacer algo que sea subversivo y que mueva conciencias. Me gusta jugar con los espacios intermedios; con lo que no está claro y mezclar disciplinas. Si eso es ser arriesgado, creo que sí lo soy.

¿No cree que hay demasiada contaminación en torno a la creación artística?

Trabajar en un formato laboratorio es dar forma a cosas que no están terminadas; es trabajar más con los procesos creativos que con los resultados. Eso implica que tienes que saber asumir que el error forma parte de un proceso y de un resultado. Plantear un espacio laboratorio es aceptar que el público puede llegar a ver cosas que por su propia naturaleza no te llevan a un lugar concreto, sino que te generan muchas preguntas. En ese punto la contaminación es mucho menor que cuando acudes a un teatro a ver una pieza redonda o perfectamente delimitada.

¿Cómo se imagina el LEAL.LAV cuando le toque marcharse?

Yo les he dicho que no me pidan resultados antes de cuatro años (sonríe)... Política y cultura no es una buena mezcla. Las dos se necesitan, pero cada una tiene que saber cuál es su papel. Quiero imaginar un LEAL.LAV con una continuidad en el tiempo, pero con equipos de trabajo renovados con el objeto de poder confrontar distintos criterios escénicos.