Son las nueve y media de la noche y en la calle Carrera no cabe un alfiler. Las aceras tienen hasta tres y cuatro filas de gente desde la puerta de la iglesia de la Concepción hasta Santo Doming. Algunos rezagados corren por la calzada buscando sitio.

De repente, e interrumpiendo el bullicio las luces se apagan y se impone el silencio.

La oscuridad es total. Reina cierto nerviosismo que solo se calma cuando la vista se acostumbra a la luz que emana la inmensa luna llena que cuelga del cielo. Y de repente el ruido de decenas de pies arrastrándose como tratando de lijar el pavimento llega desde la lejanía acompañado de pequeños reflejos de velas.

Lentamente avanza la comitiva fúnebre. Cruces, dados, esponjas y todo tipo de símbolos de la Pasión desfilan mientras se desata el llanto de varios niños.

Un sonido metálico comienza a percibirse. Es la cofradía del Lignum Crucis que camina con grilletes y cadenas en los pies.

Un fuerte estruendo asusta. Son los palanquines de la Misericordia que golpean contra el suelo los bastones que utilizan para sujetar la urna del Cristo Difunto cada vez que hacen una parada.

Tumb, tumb, tumb. El sonido pone los pelos de punta.

Tumb, tumb, tumb. Unos focos minúsculos ayudan a vislumbrar un rostro humano lleno de dolor.

Tumb, tumb, tumb. El Señor pasa y sus manos agujereadas por los clavos sobresalen y causan congojo y espanto a los presentes.

Tumb, tumb, tumb. El ruido es ensordecedor, pero con él se mezcla un dulce tintineo de campanillas.

Tumb, tumb, tumb. La sagrada talla ya se aleja, pero de espaldas ya no destila dolor porque los que la siguen con la mirada solo ven ya la sonrisa y los ojos alegres de una corte de ángeles que rodean el cuerpo inerte.

El tumb, tumb, tumb se va difuminando entre el silencio de los pasos de los penitentes que desfilan cabizbajos tras el yacente.

Todo sigue a oscuras. Nadie habla. No hay banda de música ni autoridades ni nada, solo negrura y un rastro suave de incienso, pero en pocos minutos y casi en forma de explosión regresa la luz, el jaleo, y con ellos la rutina.