Sin pata de palo ni garfio, el tinerfeño Amaro Pargo fue un auténtico pirata que amasó una gran fortuna y que, quizás para compensar sus crímenes, se mostró piadoso y se llevó el secreto de su misteriosa amistad con una monja, la "Siervita", una historia que ahora lleva a la literatura la escritora Balbina Rivero.

Su nombre era Amaro Rodríguez Felipe y el de "Pargo" es un mote que se debía, quizás, a que se movía en el mar como el pez homónimo, señala en una entrevista la autora de "Amaro Pargo. El pirata de Tenerife", una recreación de un personaje "fascinante" con la que Rivero quiere que niños y jóvenes se interesen por la historia.

"¡Y qué más interesante que un pirata, que reúne todas las condiciones de la fantasía y sin embargo, es histórico!", proclama Balbina Rivero, para quien no hay duda de que Amaro, nacido en 1678 en La Laguna -entonces capital de Canarias- "merece una película".

Este tinerfeño era realmente corsario, pues tuvo patente de corso concedida por el Rey de España, y como tal comerció con Europa y las nuevas tierras de América, fue nombrado caballero hijodalgo y obtuvo una real certificación de nobleza y armas.

Cometió también crímenes -llegó a combatir con el legendario Barbarroja- y como probablemente le remordiera la conciencia, apunta Balbina Rivero, hizo muchas obras de caridad, se convirtió en un devoto religioso y en un generoso benefactor de conventos, ermitas e iglesias.

Incluso los nombres con los que bautizó algunos de sus barcos dan idea de esta religiosidad -"La Santísima Trinidad", "San Marcos"- aunque su favorito era "El Clavel", armado con 24 piezas de artillería.

En Tegueste tuvo una importante destilería y casi todo el aguardiente que producía lo embarcaba hasta los puertos de La Habana y Venezuela, pero también comerciaba con vino de malvasía de su propia cosecha.

También obtuvo grandes beneficios del tabaco y en más de una ocasión, recuerda Balbina Rivero, comerció con esclavos negros, que asimismo tenía en sus haciendas y uno de ellos, "su fiel Cristóbal", le acompañó toda la vida y está enterrado en su misma sepultura, en la Iglesia de Santo Domingo en La Laguna.

Una sepultura que la autora de "Ella confiesa" invita a conocer, pues no ha visto otra igual: sobre la lápida de mármol, el escudo familiar y el símbolo pirata, sobre las dos tibias cruzadas, una calavera que mira al espectador haciendo un guiño con el ojo derecho.

De la historia de Amaro Pargo saldría una novela extensa y "maravillosa", apunta Balbina Rivero, quien admite que optó por un relato para ser "honesta", pues si hubiera escogido el género novelístico habría escrito cosas "que hubieran atentado contra la fe de la gente humilde que tanto cree en la "Siervita" y no quiero estropear su consuelo".

Entre Sor María de Jesús, la "Siervita" -35 años mayor que él- y el pirata surgió una amistad que en el hombre -Rivero no lo duda- se convirtió en algo más profundo, hasta tal punto que obtuvo permiso para visitarla en su convento de clausura de las Catalinas de Siena y le pedía consejo para sus transacciones de negocio.

La muerte de la religiosa en 1731 le causó una enorme desolación y Amaro sufragó los gastos de su entierro antes de pasar un tiempo encerrado en su casa de Machado, en el municipio de El Rosario.

Cuando tres años después compró para su monja un rico sarcófago con tres cerraduras diferentes, al abrir el ataúd los presentes vieron con sorpresa cómo el cuerpo de Sor María de Jesús permanecía igual que el día en que la enterraron, lo que dio paso a la veneración popular por la "Siervita", que ha llegado hasta la actualidad.

El pirata nunca se casó pero tuvo un hijo ilegítimo con la cubana Josefa de Valdespino, que nunca reconoció, y Balbina Rivero sostiene que habría que investigar la descendencia del pirata en Cuba.

Apunta también la escritora que se ha desaprovechado la oportunidad de hacer rutas culturales sobre los piratas en Canarias, que podrían incluir las más de 60 casas, la destilería y el palacete de Amaro Pargo en Machado, actualmente en ruinas "porque le han quitado piedra tras piedra buscando su tesoro".

Amaro Pargo era generoso -consta un acta del Cabildo de Tenerife en el que pedía acuñar monedas de cuartos y ochavas porque eran necesarias para la gente humilde- y dejó una considerable herencia a su muerte, en 1747, cuando su comitiva fúnebre tuvo que demorarse varias horas porque los habitantes de La Laguna salieron masivamente a las calles.

En vida regaló monedas de oro y plata, joyas, sedas y damascos para múltiples templos de la isla, incluida la actual Catedral de La Laguna, y Balbina Rivero se inclina a pensar que el resto de su tesoro estaba oculto en cuevas marinas del municipio: en la Punta del Hidalgo.