La ermita de San Benito Abad, de la ciudad de La Laguna. es conocida en todo el archipiélago canario por su romería, pero hay una faceta de su historia que es totalmente desconocida, pues no sólo no se ha hablado de ello para el caso de este edificio, sino tampoco con referencia a otros templos de Canarias de los cuales sospecho que también fueron ejemplos de este mismo fenómeno, por lo que abrigo la esperanza de que se pueda abrir un fructífero debate y nuevas líneas de investigación historiográficas.

Lo que pretendo probar es que este edificio nació como sede de una comunidad campesina, en su caso la de La Laguna, y que fue diseñado arquitectónicamente para servir como sede de reuniones de la misma, y no en función del culto religioso, lo que dio lugar a ciertas "rarezas" arquitectónicas a las que hasta la fecha de hoy no se les ha podido dar satisfactoria respuesta.

Las comunidades campesinas eran las agrupaciones formadas por los que trabajaban en el mundo rural (labradores y ganaderos) para proteger sus derechos, y administrar las tierras comunales y aquellos usos que eran de todos. Ello dio lugar en Castilla a la aparición, durante la Edad Media, de un tipo de iglesia característica en el mundo rural: la iglesia de atrio porticado, en la que se adosaba a las paredes exteriores una o varias galerías techadas, que servían de lugar de reunión para estas comunidades campesinas. La ermita de San Benito vendría a ser una variante canaria de esta clase de soluciones arquitectónicas para las asambleas comunales.

Empecemos por analizar el relato tradicional sobre su origen, que se basa en lo que sobre la misma escribió Núñez de la Peña en el siglo XVII: "La ermita de San Benito es grande, que en España no hay parroquias tan largas, tiene buena capilla,y toda se fabricó con limosnas de los fieles, es Patrono este santo de las mieses, y los labradores le hacen fiesta,y el Cabildo por voto, porque día de San Bernabé Apóstol a once de junio del año de mil quinientos y treinta y dos, poco más o menos, se perdieron las sementeras, y día de Pascua de Pentecostés, se echaron suertes para sacar santo por Patrono, y defensor de las sementeras, y salió San Benito, y el Cabildo hacer tres fiestas cada año, la una su día, otra el segundo día de Pascua de Pentecostés, otra a once de julio día de su traslación1".

Lo primero a destacar es que se trata de un relato falseado, pues el año de 1532 no sólo no se perdió la cosecha, sino que ésta fue excepcional, como refleja un acta del Cabildo de Tenerife de primero de julio de ese año: "Se platycó que este presente año avía pan harto2"; e incluso se daban gracias a Dios el 14 de junio por lo barato que estaba el pan3 .

El hecho decisivo acaecido en ese año de 1532 fue la confirmación que hizo la Corona de la ordenanza dispuesta por el Cabildo seis años reservando las dehesas que rodeaban La Laguna a los vecinos de la ciudad, y restringiendo su acceso a los de otras partes de la isla, como fue el caso de los de La Orotava, que perdieron la batalla legal para conservar este uso de los pastos laguneros4.

El Cabildo, dentro de su política de promoción de la agricultura y la ganadería, se inclinaba por favorecer la existencia de la comunidad campesina de La Laguna como una unidad de producción que ensamblaba muy dentro del esquema productivo, pues a ella se le confiaba la administración de los usos comunes de las tierras y dehesas comunales. Como prueba de esta política de los regidores puedo traer a colación el acta de 28 de marzo de 1547, en la que el Cabildo deliberó sobre la denuncia de los vecinos de que junto a la ermita de San Benito algunos se habían apropiado de tierras comunales: "E luego los Sres. Justiçia y Regimiento cometieron a los Sres. diputados que vayan e lo bean e hagan dexar cañada sufiçiente por donde pasen los ganados, e en los demas se conchaven los vecinos de manera que aya para todos5".

Los regidores delegan a los vecinos que se "conchaven" en la manera de administrar esas tierras comunales, lo que presupone que estos disponían de algún modo establecido para reunirse, deliberar y tomar decisiones que habrían de ser aceptadas por el común de los labradores y ganaderos.

Este modo no era otro que la comunidad campesina, que se reunía en la ermita de San Benito, junto a la cual comenzaban estas tierras. Un ejemplo moderno de esta autogestión de los labradores lo encontramos en el Tribunal de las Aguas de Valencia, formado por agricultores que hacen de jueces, y que aún hoy se sigue reuniendo en la puerta de la catedral, sin que sus decisiones puedan ser apeladas ante ningún otro tribunal.

Esto explica la primera de las rarezas arquitectónicas a las que me referiré: sus enormes proporciones, como ya hiciera notar Núñez de la Peña, y que no parecen justificarse por necesidades del culto religioso, pues la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción está a sólo cinco minutos de caminata, como podrá comprobar cualquier curioso. Este tamaño era necesario para cobijar en su interior a la gran cantidad de labradores y ganaderos, agrupados en el gremio de labradores, que era el que estaba al cargo de esta ermita.

Y la necesidad de albergar en su interior estas asambleas justifica la segunda rareza, y es la presencia de poyos corridos a lo largo de las paredes laterales en su interior, y no sólo en su exterior, cómo es común en las iglesias más antiguas de Tenerife. Debían servir de asientos corridos para aumentar su capacidad. Por esta última razón, la ermita careció en sus primeros siglos de altares en sus paredes laterales, pues hubieran quitado asientos y capacidad para albergar a los "asambleístas".

La tercera rareza arquitectónica es la presencia de ventanas sólo en la pared lateral izquierda, que da a la carretera, y no en la del lado derecho, en la que no hay ninguna6 . Esto fue así, a mi parecer, porque se buscaba sólo la luz de la tarde, hora a la que era más factible realizar esas reuniones, que la de la mañana. Por la tarde, la luz, aunque poca, incide en la ermita por la pared lateral izquierda, mientras que por la mañana la luz es bastante generosa por la pared lateral derecha, y hubiera sido muy útil para la celebración de las misas, que en aquellos siglos se celebraban por las mañanas por razón del ayuno eucarístico, que prohibía ingerir cualquier clase de alimentos y bebidas desde las doce de la noche hasta el momento de la comunión.

Si la ermita se hubiese diseñado en función del culto católico hubiera tenido ventanas en esa pared de la derecha, por la cual hubiese entrado generosamente la luz, pero eso no interesaba a los vecinos, a los que sólo les preocupaban sus reuniones; que cuando las podían tener era por la tarde, para lo cual les bastaba la poca luz que a esas horas podía entrar por las ventanas del lado izquierdo. No olvidemos que cada ventana que se ponía en las paredes encarecía el presupuesto de la obra.

La razón de elegir a San Benito como patrono de las mieses tampoco tiene que justificarse en el sorteo que cita Núñez de la Peña, y del cual carecemos de otras noticias que nos den fe de su existencia, sino más bien en una intención premeditada que se intentó justificar con una apariencia de sorteo, muy usual en aquel entonces.

En este punto quiero dar a conocer un documento otorgado en la ciudad de La Laguna el 20 de enero de 1628, y en el que se habla de un jubileo que se estaba solicitando al Papa: "Sepan cuantos esta carta de obligación vieren cómo yo, Francisco Hernández, labrador, vecino de esta ciudad de La Laguna, otorgo y conozco por esta presente carta y digo que por cuanto yo he pedido al fray Pedro de la Anunciación, prior que fue del convento de Nuestra Señora la Consolación en el lugar de Santa Cruz de la Orden de predicadores, me envíe a buscar un jubileo perpetuo, y lo escriba y comunique por cartas con su hermano el padre fray Antonio Yánez de la Orden de San Agustín. Y que lo que el susodicho por su carta avisare haber costado el dicho jubileo, sin que sea necesario otro recaudo alguno más que la dicha carta. Y se entiende que este jubileo ha de ser perpetuo para la iglesia y cofradía del Señor San Benito de esta ciudad, en su día, que es a veinte y uno de marzo de cada un año7".

Esta era la fiesta que celebraban los labradores, la del 21 de marzo, una de las tres que aprobó el Cabildo (aunque hoy en día sólo celebremos la de julio), día del equinoccio de primavera, una de las referencias del calendario agrícola, pues, como ha demostrado un estudio reciente, la gente del agro canario conocía, hasta hace algunas generaciones, algunas constelaciones y los principales eventos astronómicos del año, y ajustaba sus labores a ellas8.

Esta correlación de San Benito con el equinoccio de primavera, cuando el día y la noche tienen la misma duración, explicaría la resistencia de los labradores laguneros a cambiar el culto de su santo patrono por el de San Isidro labrador, que se puso de moda en el resto de la isla en los siglos XVII y XVIII, pues estaba relacionado con su calendario agrícola y con las cabañuelas9.

En resumen, San Benito serviría de sede a la comunidad campesina, prestigiado su edificio con el carácter eclesiástico de ermita, aunque diseñado y construido como sala de reuniones, y sirviendo como referencia para su año agrícola.

Estas comunidades se regían y ordenaban por los principios de igualitarismo y solidaridad, los cuales no entraban en colisión con los ideales evangélicos predicados por la Iglesia, sino que se veían confirmados y alentados por ellos. Al no existir en la mentalidad de esos siglos la separación nítida entre lo sagrado y lo profano que hoy experimentamos, no se producía colisión entre el uso profano del recinto y su presunta finalidad religiosa.

Un ejemplo de conflictos cuando se rompían los ideales de igualitarismo lo he podido documentar y estudiar en la iglesia de San Pedro de Daute. Allí se permitió la existencia de un altar lateral en el que una familia de labradores colocó hacia 1610 un Cristo crucificado, que compartía con los demás vecinos, quienes lo acabaron colocando en el altar mayor, en el lugar principal de la iglesia, mientras en el altar quedaban la Virgen de la Soledad y San Juan Evangelista. El conflicto se inició cuando, por azares de la vida, el altar y las imágenes los heredó el yerno, que no siendo labrador, y por añadidura sí era forastero, no respetó el régimen igualatario de esa comunidad campesina, y exigió derechos de preeminencia.

El obispo dio parte de la razón al yerno, lo que indignó a los vecinos, que al final compraron todo al forastero, altar e imágenes, en 1634 para que nadie volviese a osar ponerse por encima de los demás dentro de su recinto de igualitarismo y solidaridad, hecho piedra en la iglesia de San Pedro Apóstol de Daute10.

Cómo oportunamente nos recuerda Adolfo Arbelo, aunque el campesinado constituía el grupo mayoritario de la sociedad canaria durante el Antiguo Régimen, su estudio es una de las asignaturas pendientes de la investigación histórica, especialmente para los siglos XVI y XVII, precisamente aquellos en los cuales se configuró la ermita de San Benito como sede de la comunidad campesina de La Laguna: "En general, de este grupo conocemos poco de su vida cotidiana y de su realidad social, probablemente la precariedad de las fuentes haya frustrado el estudio de un apartado tan fundamental de nuestra sociedad, o bien posiblemente la solución venga de la mano del contraste de fuentes públicas y privadas11".

Esta línea de investigación que propongo, aplicada en este caso al uso de algunos recintos de carácter eclesiástico durante los siglos XVI y XVII, se justifica por la necesidad apuntada por otros investigadores de explorar cauces poco trabajados hasta la actualidad: "Pero, para ello, el historiador del mundo rural ha de teorizar menos sobre cuestiones tan simples como la propia dinámica campesina; ha de ver intereses convergentes que de alguna forma unen más que separan a la sociedad rural (…)". Con frecuencia los estudiosos del mundo rural nos hemos cegado con las fuentes estadísticas, con datos y porcentajes provenientes de informaciones cuando menos cuestionables o de dudosa fiabilidad y no hemos sabido ir más allá o reconocer que no pocas cuestiones referidas al papel o fortaleza de la comunidad vecinal se escapan a la información estadística y son de difícil cuantificación12.

Sólo me resta expresar el deseo de que cuando el curioso visite la ermita de San Benito Abad pueda sentir entre sus muros esos ideales de igualitarismo y solidaridad que alentaron su construcción.

Una de las rarezas arquitectónicas de la ermita: los poyos corridos adosados a las dos paredes laterales del edificio, donde se sentaban los agricultores y ganaderos en sus reuniones.

1) Juan NÚÑEZ DE LA PEÑA, Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria y su descripción, 1676, pp. 332.

2) Leopoldo DE LA ROSA y Manuela MARRERO, Acuerdos del Cabildo de Tenerife (1525-1533), p. 363.

3) Ibídem, p. 361.

4) José Miguel RODRÍGUEZ YANES, La Laguna durante el Antiguo Régimen. Desde su fundación hasta finales del siglo XVII, 1997, p. 489.

5) Manuela MARRERO, María PADRÓN y Benedicta RIVERO, Acuerdos del Cabildo de Tenerife. 1545-1549, p. 89.

6) María Jesús RIQUELME PÉREZ, Estudio histórico-artístico de las emitas de Santa María de Gracia, San Benito Abad y San Juan Bautista. La Laguna, 1982, p. 113.

7) Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Sección histórica de protocolos notariales 696, ff. 14r-15r. De este jubileo se ha perdido toda noticia histórica. Creo que sería de gran interés recuperarlo en los fondos del Archivo Secreto Vaticano, donde se conservan las copias de esta clase de documentos..

8) Juan Antonio BELMONTE AVILÉS y Margarita SANZ DE LARA BARRIOS, El cielo de los magos. Tiempo Astronómico y Meteorológico en la Cultura Tradicional del Campesinado Canario, 2001.

9) Ibídem.

10) Lorenzo SANTANA RODRÍGUEZ, «El Cristo de San Pedro de Daute», Garachico. Semana Santa. 2001, pp. 30-34; y «El Calvario de San Pedro de Daute», Semana Santa. 2006. Garachico, pp. 17-28.

11) Adolfo I. ARBELO GARCÍA, «Sociedad y mentalidad en Canarias: un balance general y algunas reflexiones (1607-1815)», Fe y tradición en Canarias: las bajadas de la imagen de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas (1607-1815), Las Palmas de Gran Canaria, Anroart, 2007, pp. 287-288.

12) Laureano M. RUBIO PÉREZ, «Campo, campesinos y cuestión rural en Castilla la Vieja y en el reino de León durante la Edad Moderna. Estado de la cuestión, claves y valoraciones de conjunto», Studia Historica, Historia Moderna, 29, 2007, pp. 150-151.