Cuando Luis García Berlanga estrenó "El verdugo" en el Festival de Cine de Venecia en septiembre de 1963, un suceso de última hora convirtió la película en un alegato de máxima actualidad contra la pena de muerte. Unas semanas antes, el 17 de agosto, los anarquistas Enrique Granado y Joaquín Delgado fueron ejecutados mediante garrote vil, acusados sin pruebas de un atentado terrorista en Madrid.

Aún estaba reciente el fusilamiento del comunista Julián Grimau y al régimen franquista le quedaba una década de ejecuciones por delante. El guión de Rafael Azcona y Berlanga contaba la historia de un joven empleado de funeraria (Nino Manfredi) que, para no perder el piso de protección oficial en el que vivía la familia, se ve obligado a suceder a su suegro (Pepe Isbert), que se jubila, en el oficio de verdugo.

La película recibió unos cortes previos, según ha contado el propio Berlanga, pero sorprendentemente pasó la censura en España. Fue el embajador en Italia, Alfredo Sánchez Bella, quien montó en cólera al verla, cuando el equipo se la mostró en Roma en una parada de camino al festival.

El embajador remitió una carta al ministerio de Exteriores en la que definía "El Verdugo" como "uno de los mayores libelos que jamás se han hecho contra España".

Cuando el director de "Bienvenido Mister Marshall" llegó a Venecia, la delegación española había abandonado el festival en señal de protesta. Berlanga se llevó el Premio de la Crítica Internacional, pero no pudo volver a dirigir hasta 1967.

Antonio Gómez Rufo, autor de varios libros sobre el maestro valenciano, destaca la habilidad de Berlanga para sortear la censura.