David Jiménez es uno de esos periodistas de "la vieja escuela", partidario de que escribir buenas historias lleva su tiempo. En su nuevo libro, "El lugar más feliz del mundo", recoge algunas de estas historias, que ha vivido a lo largo de sus quince años como corresponsal del diario El Mundo en Asia.

Atrás quedan las dificultades que padeció a la hora de publicar su primer libro, "Hijos del monzón", que fue rechazado por cinco editoriales. Esta vez, y tras su paso por la ficción con "El botones de Kabul", Jiménez recupera relatos que ha ido encontrando a lo largo de sus viajes, teniendo muy presente el concepto del "retorno", como ha explicado en una entrevista concedida a Efe.

"Siempre me ha interesado mucho volver a sitios en los que había sido enviado especial y ver qué había pasado con las cosas que observé", reconoce el periodista (Barcelona, 1071), quien dice enfrentarse a estas situaciones con la "esperanza de que mejoren las cosas".

Así, "El lugar más feliz del mundo" tiene una "perspectiva temporal", a través de la cual Jiménez ha visto que "se ha perdido la esencia de muchas cosas". "Las cosas cambian mucho más rápido que antes", y esto ha hecho que desaparezcan "lugares" y "tradiciones", muchas veces bajo la sombra del turismo masivo.

Como periodista, Jiménez responde al patrón del "reportero clásico", un personaje que se encuentra "en vías de extinción" y que defiende un periodismo que tiene como ingredientes principales el tiempo, la calidad y la profundidad de las historias.

Algo que hoy en día cada vez es más difícil de encontrar, ya que, debido a la inmediatez que prima en las redacciones, se debe hacer "un trabajo constante de actualización de la información".

Sin embargo, Jiménez sigue reivindicando el periodismo "en profundidad", el de los "grandes reportajes", que requieren "viajar a sitios, entrevistar al mayor número de personas posibles y convivir con la gente que está sufriendo una injusticia".

"El lugar más feliz del mundo" está lleno relatos escritos con esta fórmula, que nos llevan a sitios como Camboya, Birmania, Japón o Cachemira y a rincones olvidados de los que no se habla en los periódicos, porque no caben entre las noticias de actualidad.

En las páginas del libro hay lugar para las víctimas, para gente que "no tiene oportunidad de contar su historia". Esta es la mayor motivación de Jiménez, "dar voz" a estas personas y ofrecerles la oportunidad de "compartir su situación", con el ánimo de que su trabajo "ayude a que se resuelva".

Esta labor también le ha llevado a buscar respuestas en el testimonio de los verdugos. Aunque esto pueda resultar "desagradable" en algunas ocasiones, Jiménez considera que una parte fundamental de su labor como periodista es "explicar" las luces y sombras de la condición humana, que a veces conviven en la misma persona.

Esto es algo que le han enseñado sus años como reportero: las cosas no son "blancas o negras". Por este motivo, se muestra partidario del "reportaje en profundidad", que permite explicar las situaciones con más matices, huyendo de la simplicidad de la brevedad.

A pesar de la crisis del sector, "no cree en el fin del periodismo", porque considera que seguirá siendo "necesario" para "vigilar a los gobiernos, denunciar injusticias e incluso como entretenimiento", para la gente a la que le guste "expandir su conocimiento" de lo que está pasando en el mundo.

Eso sí, Jiménez se muestra "convencido" de que los medios que permanezcan en pie después de la crisis serán aquellos que "hayan mantenido la calidad de su producto". "Los que simplemente hayan reducido costes morirán".