"Quería irme del mismo modo que vine y de la misma manera que me impuse estar: sin hacer ruido". Habría que añadir: y lo logró. Quienes lo conocen se sorprenden, incluso, de que se prestara para dar a conocer un poquito de su vida.

Con las palabras que inician este texto se despidió, hace unos días, Amadeo Hernández Orosa de quienes habían sido sus compañeros durante 39 años en la Policía Local de Santa Cruz. Cumplidos los 63, y con más de 45 cotizados, decidió acogerse a su derecho a prejubilarse.

Su salida del cuerpo ha estado acompañada de la misma serenidad y humildad con la que ha desempeñado su labor en los distintos destinos que ha debido afrontar a lo largo de su extensa etapa como agente: motorista, atestados, seguridad ciudadana... Por último, como secretario de la Jefatura.

Y a esas dos cualidades habría que añadir una más: la gratitud. También de ello dejó constancia en su pequeño discurso de despedida. Agradecimiento al Ayuntamiento de la capital porque gracias a él mantuvo a su familia, su casa, sus estudios y los de sus hijos durante todos estos años.

Al consistorio se incorporó joven, tras superar una dura, pero limpia, oposición en el año 1979. Ya por ese entonces demostró que los estudios se le daban muy bien, pues ocupó el tercer puesto de la promoción. De las dieciséis plazas a policía local que se ofertaron solo se cubrieron doce.

Nacido en el corazón de Santa Cruz, al borde del barranco de Santos -antiguo Hospital Civil-, y bautizado en la iglesia de La Concepción -donde más tarde sería monaguillo para comer bocadillos de jamón cocido y helados que ofrecían los curas-, Amadeo no tenía, como otros, antecedentes familiares que le abrieran el camino laboral que finalmente escogió.

De hecho, su primera experiencia laboral fue en la ya desaparecida agencia de automóviles Hernández y Hermanos. Era muy joven aún. Eso sí, confiesa que en sus juegos él era policía. "Siempre hay algo de vocación", añade.

Tal vez sean estas las razones que definan su visión de un cuerpo sobre el que, reconoce, ha cambiado la imagen de la sociedad y existe más alejamiento de la ciudadanía. "No sé cuáles son los motivos. Ahora, en general, los policías están más preparados, hay más profesionales".

"El nuestro es un trabajo orientado a facilitar, en la medida de lo posible, la vida ciudadana", subraya Amadeo Hernández. Y esos son los principios que, seguro, ha heredado su hijo que, con 17 años, le trasladó la intención de hacerse agente. "No es fácil", le advertí. No sin esfuerzo, y tras varios intentos en diversos municipios, consiguió un puesto en la policía de la capital.

Sin tratar de hacer comparaciones, siempre odiosas, casi le costó más a su progenitor dar el salto al cuerpo policial que a él ponerse el birrete y la banda de licenciado.

"Me lo tomé con ganas", comenta Amadeo, con una sonrisa, en referencia al inicio de su etapa en la universidad para estudiar Filología Hispánica. Tal fue la fuerza con la que arrancó, mientras desempeñaba su trabajo en el servicio de atestados, que sus primeras notas fueron dos matrículas de honor. Aunque luego rebajó algo esa exigencia, acabó la carrera en los cuatro años de rigor -1996-2000-.

"Siempre me gustaron los usos de la lengua y la literatura. En el instituto eran esas las asignaturas en las que sacaba las mejores notas", detalla Amadeo, al que no le importa reconocer que, antes de llegar a esta alianza con los estudios, fracasó, cuando apenas tenía 18 años, en la carrera de Filosofía y Letras.

De su pasión por estas últimas dan cuentas diversos relatos y cuentos que ha presentado a concursos literarios para policías en Cáceres y Albacete. Otros, reconoce, ni siquiera han visto otra luz que la suya. "Escribo y luego tiro mucho", sostiene.

"Si algo te enseña la carrera es a apreciar con ojo crítico todo lo que te rodea: fui más exigente con mi producción", reconoce el exagente local, para quien el colombiano Gabriel García Márquez es "el maestro de la herramienta". "Leo mucho, tanto a autores españoles como extranjeros. Y me gustan los temas filosóficos", asevera Amadeo, enfrascado estos días en la lectura del escritor polaco Stanislaw Lem. No será la última. Ahora dispone de tiempo.