La presencia policial es muy visible en la ciudad marroquí de Alhucemas, capital del Rif, un año después de que la represión estatal contra el Movimiento Popular "Hirak" pusiera fin a las revueltas sociales desatadas en la zona a finales del 2016, que duraron casi un año.

Aunque el despliegue ya no es el mismo que hace un año, todavía quedan agentes apostados en las principales plazas, esquinas y avenidas, como no los hay en ningún otro lugar de Marruecos, y muchos de ellos se alojan todavía en las tiendas de campaña erigidas en los descampados del noroeste de la ciudad.

Desde el inicio de la campaña de arrestos a finales de mayo de 2017, un total de 772 activistas y manifestantes rifeños, entre ellos 158 menores, han sido juzgados por su participación en las protestas, según un reciente informe de la defensa de los detenidos.

Actualmente, 373 activistas siguen cumpliendo condena en nueve prisiones del país, mientras que 106 salieron ya de la cárcel tras cumplir sus penas.

Sin duda, el activista más emblemático es Nasser Zafzafi, líder de "Hirak", detenido hoy hace un año tras una persecución policial de tres días por haber interrumpido un sermón en una mezquita de Alhucemas y que ahora se arriesga, junto a sus más inmediatos colaboradores, a penas muy duras por "atentar contra la seguridad del Estado".

Desde el día de su detención, su padre ha colgado banderas negras en la azotea de su humilde casa en el barrio Diur al Malik y se ha convertido, queriéndolo o no, en improvisado portavoz de lo que queda de "Hirak".

Su historia resume la situación de los parientes de cientos de activistas rifeños que se encuentran desperdigados en las cárceles marroquíes.

En el salón y alrededor de un modelo anticuado de teléfono móvil se sientan el padre del activista, Ahmed Zafzafi, y su primogénito, Tarik, esperando una llamada de Naser desde la prisión de Casablanca (a ocho horas de viaje). Solo puede realizar dos llamadas semanales al número de su madre, Zulija, con una duración de no más de quince minutos.

De repente, suena el aparato. "Ahí está, ahí está", grita el padre en rifeño y de inmediato la madre del activista viene corriendo para responder a la llamada de su hijo, que está en huelga de hambre desde hace una semana para pedir que lo saquen de la celda individual.

"Un año después (de la detención de Naser), todavía continúa el asedio (a Alhucemas), las detenciones, la represión y los juicios, mientras que la gente ha empezado a emigrar a Europa y a otras ciudades de Marruecos", dice Zafzafi padre, para resumir la situación desde el arresto de su hijo.

Las infraestructuras levantadas las calles de la ciudad no convencen al anciano, que lamenta que el Gobierno de Rabat todavía no haya dado respuesta a las principales reivindicaciones del Hirak: más empleos y mayores inversiones en la sanidad pública y la enseñanza.

"Hay que tener esperanzas, así es la lucha: Nelson Mandela pasó 27 años en prisión", concluyó Zafzafi.

Aunque ya no hay protestas -ni se esperan en este particular "aniversario"-, el espíritu de "Hirak" sigue vivo en las conversaciones de los rifeños en sus casas y en los cafés, mientras que en los muros de la ciudad, principalmente en el barrio Moro Viejo, todavía se pueden leer pintadas de la época de la revuelta: "Viva el Rif" o "No a la militarización".

En Moro Viejo, cada tarde se reúnen algunos jóvenes para conversar, ya lejos del activismo político. El futuro les preocupa: para varios de ellos, pasa forzosamente por emigrar.

Entre los destacados activistas de "Hirak" que ya han salido de la cárcel está Mohamed Yawhari, un taxista de 29 años que cumplió una condena de diez meses de prisión firme.

"Alhucemas está triste porque nuestros hermanos están en la cárcel injustamente. Si piensan que Marruecos lo arreglará con la represión, están equivocados. La solución es la liberación de los detenidos y el cumplimiento de sus demandas", dijo Yawhari a Efe.

Explicó que participó en la revuelta del Rif para garantizar una vida digna, un empleo adecuado que le permita formar una familia y un futuro mejor para las próximas generaciones a nivel social.

"No me arrepiento porque he luchado por algo justo. Al revés, estoy orgulloso", subrayó Yawhari.

La brecha entre los rifeños y el Estado parece profunda. Un funcionario rifeño, que pide el anonimato, lo ilustra con la consideración que merecen los presos de "Hirak": "Héroes para la población local, pero criminales para el Estado".