Una cosa es el ruido y otra el tambor. Ayer dimitió Zidane, sin moción de censura y en pleno triunfo. Detrás de sus palabras prudentes se adivinaba el cansancio de un entrenador que está harto de que le hagan las alineaciones desde el palco y de tragarse las salidas de tono de un espléndido jugador que se comporta a veces como un niñato multilllonario. Pero de eso no se dijo una palabra.

Fue lo mismo que pasó en el Congreso. Pero sin dimisión. Los líderes políticos salieron a ponerse a parir mutuamente, a reprocharse sus incoherencias, a meter el dedo en la llaga de sus debilidades. Pero la realidad estaba en la trastienda, donde se negocia el poder y la pasta.

Pedro Sánchez decidió aprovechar la debilidad política del PP para atacar la yugular de Rajoy. Pero la gran pregunta, a la que nadie ha contestado, es a qué precio. Porque el nuevo Gobierno, con el socialista de presidente, va a tener que apoyarse en Podemos, en los independentistas catalanes y en el PNV, cuyos votos han sido decisivos para derribar al gobierno conservador.

Gobernar en minoría es difícil. Y cuánto más pequeña sea la minoría más grande es la dificultad. Sánchez lanzó ayer una colosal noticia: el PSOE, que votó en contra de los Presupuestos Generales del Estado, que no está de acuerdo con ellos, que los considera antisociales y que perjudican a España, va a gobernar con esas cuentas públicas. No las va a tocar. Y no será porque le gusten, sino porque aceptándolas pacifica a los nacionalistas vascos, que consiguieron ordeñar a Montoro todo lo que quisieron.

Esa sensación de que tendrá que ceder en determinados asuntos es la principal debilidad de su propuesta de regeneración política. Sobre todo en el gran asunto que ayer estaba flotando en casi todas las incertidumbres. "Tender la mano" o "tender puentes" con los independentistas catalanes es una generalidad que no dice nada concreto. ¿Cómo se puede llegar a acuerdos dentro de la Constitución con partidos que plantean una soberanía inconstitucional?

El Gobierno de Pedro Sánchez va a ser breve, pero se le puede hacer eterno. Podemos no será un compañero de viaje a cambio de nada. Y la presión de la Generalitat para establecer un calendario de negociaciones, va a poner la Moncloa como una olla a presión.

El PNV manejó ayer sus votos en el Congreso, que eran decisivos, como un espectáculo. Como la tensión sexual no resuelta de una serie de televisión. Se pusieron ante los focos y subieron a la tribuna para acuchillar al mismo presidente con el que habían pactado hace menos de quince días. Por si quedaban dudas de que el nacionalismo sigue gobernando España. Ahora empieza la campaña electoral con el PP en la oposición. Igual no es tan mal sitio. Este país es muy raro.