A última hora del pasado martes, ese exótico personaje que es el presidente de la Generalitat, el xenófobo Quim Torra, anunciaba su decisión de renunciar al nombramiento como consejeros del Gobierno catalán de los políticos presos o huidos a los que inicialmente había propuesto y disponía a cambio el nombramiento de un Gobierno en Cataluña de acuerdo con las necesarias garantías legales. Esos cambios eran la condición necesaria para que el presidente del Gobierno de España autorizara la publicación de los nombres de los consejeros del nuevo Gobierno en el Boletín Oficial de Cataluña, y -tras su toma de posesión, este pasado sábado- se deje en suspenso la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Suficiente para que Pedro Sánchez pueda levantar automáticamente la intervención en Cataluña. Aunque quizá no sea suficiente para evitar que el PP -ese mismo PP en el que se alzan voces de venganza contra el PNV enmendando "socialmente" los presupuestos en el Senado- pueda votar la aplicación del 155 de nuevo a la primera que los independentistas se salgan del tiesto.

Ocurra lo que ocurra, la victoria de Sánchez sobre Rajoy ha cambiado la aritmética parlamentaria, y ha desplazado el voto 176 al cubo de la basura. No es que tal cosa sea un drama: más drama es que el mejor presupuesto de la historia de Canarias se vaya a hacer gárgaras, o que -incluso salvando el escollo del Senado- pueda llegar a no ser nunca aplicado: es muy difícil que el nuevo Gobierno -del que aún no se sabe nada, aunque se espera su nombramiento el miércoles o jueves- esté en condiciones de sentarse a negociar los convenios, por no hablar de aprobar el REF o conseguir una mayoría para reformar el Estatuto y las normas electorales. Tampoco parece probable que el nuevo Gobierno pueda gobernar durante demasiado tiempo, sin que revienten sus contradicciones. Todo indica que habrá elecciones pronto, y esas elecciones traerán nuevas aritméticas.

Lo que es obvio es que la satisfacción de Román Rodríguez por el triunfo de la moción de censura no se compadece mucho con la nueva relación de fuerzas. Si Pedro Sánchez sigue la estrategia definida por Pablo Iglesias y decide apoyar su mandato en nacionalistas vascos y catalanes, la capacidad de negociación de los nacionalistas canarios se evapora. Ni resultan necesarios para articular mayorías, ni las tácticas "mercantiles" de Coalición y Nueva Canarias parecen ser bien recibidas por los compañeros de viaje de Sánchez. El mismo viernes, mientras sus socios le convertían en presidente, cinco de esos socios -Podemos, Esquerra, PdeCat, Compromís y Bildu- presentaban en el Senado su veto a los presupuestos, denunciando que responden a los intereses de "partidos mercenarios que venden su voto a cambio de inversiones territoriales". Los "partidos mercenarios" a los que se refiere el veto son el PNV, Coalición y Nueva Canarias. Ahora Sánchez solo necesita del PNV. Coalición y Nueva Canarias han dejado de ser el 175 y el 176. Ahora son el 180 y el 181.