Hace unos días me llevé la grata sorpresa de encontrarme con un conocido -vamos a no llamarlo amigo habida cuenta el tiempo transcurrido- que, nada más saludarme, me dijo que leía mis artículos. Lógicamente me dijo que le gustaba mi manera de enfocar los asuntos que trataba -no cuesta nada decir esas cosas, sean o no ciertas; siempre queda uno bien-, me preguntó por qué antes se publicaban mis colaboraciones semanalmente y en la actualidad cada dos semanas, y terminó haciéndome una pregunta que, al principio, no supe contestar: Oye, por cierto, ¿y qué ganas con eso?

La verdad es que nunca se me había ocurrido pensar en ese aspecto del asunto y estoy seguro de que los demás colaboradores -no solo de EL DÍA sino de otros periódicos- piensan lo mismo. Es como preguntarle a un pintor por qué pinta si no vende sus cuadros; no todo en la vida es el ''vil metal''. A quienes, como a mí y a muchos, nos gusta sentarnos ante el ordenador y dar a conocer nuestras opiniones sobre lo que acontece en nuestra ciudad y, si se presenta la ocasión, contribuir y aportar nuestros criterios cuando se trata de asuntos de interés público, resulta gratificante. Y aún más -vanidad de vanidades- cuando alguien te envía un wasap con un escueto ''me gustó'', sin más. Confieso, no sé por qué debo ocultarlo, que también ocupo mis ratos libres novelando, pero el destino de estos escritos viene siendo desde hace ya años el mismo, las gavetas de mi escritorio, pues ya sabemos lo que cuesta publicar en nuestro país. Con lo que hago me siento feliz y, mientras tenga salud y la directora de EL DÍA me lo permita, seguiré la misma línea.

No obstante, el paso de los días me ha traído la oportunidad de contestar la pregunta de mi conocido -mejor dicho, de mi amigo, pues ya lo ha vuelto a ser- con otro argumento que al principio no había tenido en cuenta: puedo divulgar. Y esta posibilidad permanecía latente, casi sin apercibirme de ella, y ha salido a flote al recibir un correo eletrónico en el que se solicita expresamente la divulgación de su contenido. ¿Y cuál es este? Por fin, tras 375 palabras escritas, cumplo el objetivo de este artículo: la labor que realiza la Iglesia Católica en el mundo. A partir de ahora me limito a copiar, y serán los lectores quienes juzguen si es ''de recibo'' que se hable de su ineficacia.

La Iglesia mantiene en Asia 1.076 hospitales; 3.400 dispensarios; 330 leproserías; 1.685 asilos; 3.900 orfanatos; 2.960 jardines de infancia.

En África: 964 hospitales; 5.000 dispensarios; 260 leproserías; 650 asilos; 800 orfanatos; 2.000 jardines de infancia.

En América: 1.900 hospitales; 5.400 dispensarios; 50 leproserías; 3.700 asilos; 2.500 orfanatos; 4.200 jardines de infancia.

En Oceanía: 170 hospitales; 180 dispensarios; 1 leprosería; 360 asilos; 60 orfanatos; 90 jardines de infancia.

En Europa: 1.230 hospitales; 2.450 dispensarios; 4 leproserías; 7.970 asilos; 2.370 jardines de infancia.

Y todo esto sin mencionar que fue la Iglesia Católica la que actuó en Estados Unidos cuando sus autoridades sanitarias, al estallar en ese país la epidemia del SIDA hace ya unos años, no supieron qué hacer.

El problema de la Iglesia Católica, como afirma el correo electrónico que he recibido, es que no realiza propaganda de su labor. Practica la enseñanza evangélica -que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda-, y así le va: cualquier m? la critica, la vilipendia, sin mencionar sus virtudes.

Bien es cierto, todo hay que decirlo, que últimamente miembros destacados del clero han dado motivos para que la institución esté en el ojo del huracán, pero tengamos en cuenta que por un garbanzo negro no se estropea la olla.