El teatro es una forma de expresión artística, pero desde hace mucho tiempo también una herramienta terapéutica para vencer miedos, fortalecer la autoestima o mejorar la forma de relacionarnos con los demás. Todo eso y mucho más es lo que han aprendido durante tres meses los jóvenes que forman parte del proyecto Platea. Siete chicos con trastorno del espectro autista se han preparado minuciosamente para dar vida, junto a actores profesionales, a Dorothy y sus amigos de viaje. Hoy estrenan "El mago de Oz" en el Paraninfo de la Universidad con todas las entradas vendidas. Igual que la protagonista se adentra en el reino de Oz a través del camino de baldosas amarillas, ellos también han iniciado un camino de no retorno: hoy son más conscientes de que sus capacidades no los hacen diferentes, sino únicos.

Los días previos al estreno son muy parecidos a los de cualquier compañía. Se repiten las escenas una y otra vez, se pasa mucho más tiempo sobre el escenario y hay nervios, tensión y ganas de deslumbrar. Todo eso se sentía en uno de los últimos ensayos generales. La profesora del taller, Élida Gazmira Pérez, daba las instrucciones. "Hay que ponerle más alegría". "Tu sitio es más al centro". "Vamos a repetir la canción para ajustar los micros". Todos hacen caso. Algunos siguen las pautas sin problemas, otros "improvisan más".

Es la primera vez que Élida hace algo así. Reconoce que al principio, cuando se lo propusieron, no estaba segura de si sería capaz. Ha trabajado con niños, pero no con personas con necesidades educativas especiales. "La experiencia ha sido todo un viaje. Al principio no es fácil, pero a lo largo de este tiempo he descubierto muchas capacidades que tienen los chicos que no me imaginaba: el elenco tiene un montón de talento".

Se refiere a la joven que hace de Dorothy, que tiene un torrente de voz que, sin necesidad de micro, es capaz de inundar el Paraninfo universitario y de emocionar a los pocos asistentes que asisten al ensayo. O a la habilidad de otro chico para memorizar los textos a la perfección después de leerlos apenas un par de veces. O a la versatilidad de un tercero para moverse en el escenario. "Usan otro código y hay que aprender a conocerlo", defiende.

"Cada uno ha tenido una evolución distinta. Algunos mejoran el contacto visual, otros la predisposición a hacer cosas nuevas". Otro de los logros que destaca de este taller es que los chicos "van haciendo piña y eso es muy gratificante", dice con satisfacción. Cuando a uno se le olvida el texto, otro se lo recuerda. "Con los ejercicios teatrales, aprenden a gestionar sus emociones y potenciar la empatía".

El proyecto Platea -la palabra juega con patio de butacas y TEA- es una iniciativa de la Fundación Disa en la que participan la Asociación de Padres de Personas con Autismo de Tenerife (Apanate) y la Asociación Asperger Islas Canarias (Aspercan). Comenzó hace tres meses, después de unos talleres de teatro. La mayoría de los participantes son chicos, solo hay una mujer, porque este espectro es más frecuente entre los varones.

Élida Gazmira no ha trabajado sola. Ha contado en todo momento con el apoyo de los trabajadores de las asociaciones implicadas. Beatriz Bello, de Aspercan, destaca la importancia de iniciativas de este tipo. "En el teatro se trabajan un montón de habilidades que son importantísimas para las personas con autismo: la expresión oral, la concentración y, sobre todo, la interactuación con el otro. El teatro es una actividad eminentemente social y te obliga a coordinarte con los demás", explica.

"La elección de los chicos ha sido por su interés y teniendo en cuenta que tuviesen algunas habilidades en este sentido. Hay otros chicos de la entidad que al principio no querían participar pero que ya están preguntando si el año que viene se va a repetir", cuenta Abel Cubas, de Apanate.

El objetivo inicial del proyecto era acercar el teatro a las personas con autismo, pero el entusiasmo de los jóvenes propició que la Fundación Disa ampliara el proyecto, recuerda el técnico. "Los chicos querían hacer una obra y un montaje requiere otro tipo de destrezas", añade Beatriz.

Ambos han asistido a todo el proceso de este taller, pero apenas un par de días antes del estreno se vuelven a emocionar viendo a sus chicos en el escenario. "Es impresionante la diferencia", se dicen entre ellos.

Mientras los trabajadores cuentan cómo ha sido el proceso, sobre el escenario están todos los actores. La profesora los ha llamado para darles nuevas instrucciones. Están los siete jóvenes con autismo junto a los actores voluntarios y no es posible identificar quién es quién. "Ese era el objetivo: buscar la normalización a través de un arte como este", dice sonriendo Abel. Para lograrlo han elegido una obra de teatro que tiene una moraleja universal: la mejor forma de hacer algo es creer que podemos e intentarlo.