El domingo, el puerto de Valencia no solo acogía a los pasajeros del Aquarius y sus navíos de acompañamiento. También llegaron a Valencia más de setecientos periodistas -al menos uno para contar cada historia humana de cada uno de los recién llegados- y una corte de políticos municipales, regionales y nacionales decididos a recibir solidariamente a los náufragos ante los ojos del mundo. Para resolver -al menos momentáneamente- la situación creada por los 630 invitados del Aquarius, el Gobierno de Sánchez ha recurrido a un procedimiento extraordinario de la ley de extranjería, que contempla una autorización de residencia de 45 días por motivos humanitarios. Es un permiso que no se aplica a los migrantes que llegan a nuestras costas con la intención de entrar ilegalmente en España, o que naufragan frente a ellas ya dentro de nuestras aguas territoriales, intentando desembarcar en nuestro país. A todos ellos, a los casi 1.300 africanos que este fin de semana han intentado entrar en España -incluyendo a los 43 que murieron ahogados en el mar de Alborán entre el viernes y el sábado-, no se les aplicarán medidas humanitarias excepcionales, porque su intención era sortear irregularmente las fronteras españolas, y eso no va a tolerarse.

Un contrasentido de la política: podemos recibir con los brazos abiertos a los que Italia no deja entrar, pero no podemos recibir a los que no dejamos entrar nosotros. A ellos -los que no hemos invitado generosamente- les espera en el mejor de los casos el internamiento, y en el peor -especialmente si son marroquíes o argelinos- la deportación inmediata a sus países. Somos así de estupendos: podemos presumir de ofrecer mes y medio de solidaridad (luego ya veremos) a los náufragos que Italia rechaza, pero no vamos a ser solidarios con los que rechazamos nosotros.

Cada vez más, lo que decimos y lo que hacemos tiene menos que ver con la voluntad de afrontar de verdad los problemas. Ojo: lo que hizo Sánchez no solo estuvo bien, estuvo muy bien. Salvó de un destino probablemente terrible a 630 seres humanos. Pero es solo una gota en el gigantesco océano de la desgracia que supone la migración irregular a Europa y su corolario de muertes y ahogamientos. Solo el año pasado, más de cien mil personas intentaron atravesar el atlántico para llegar a Europa. Casi veinte mil fueron rescatadas en las costas de España por Salvamento Marítimo.

Está bien que los gobernantes demuestren su humanidad, pero aún mejor que resolver los problemas más visibles y mediáticos, aquellos que pueden ser rentabilizados políticamente, el trabajo de nuestros líderes debería ser establecer acuerdos y mecanismos para atajar de verdad los problemas. Acuerdos para no dejar sola a Alemania, por ejemplo, que ha acogido en los últimos años a un millón y medio de migrantes, mientras el resto de los países de Europa miraba para otro lado.

Bien, pues, por el humanitario Sánchez y bien por la prórroga de mes y medio a los 630 invitados del Aquarius. Pero? ¿qué pasa con los 17.000 sirios que nos comprometimos a recibir e integrar? ¿Cuándo haremos que la solidaridad sea -más que una foto- un compromiso de Europa? ¿Qué va a pasar después de la prórroga de mes y medio, cuando los focos se apaguen y haya que cumplir la ley? ¿Vamos a repetir lo del Aquarius cada vez que Italia cierre Siracusa? ¿O esto solo ha sido un gesto más?