Se quemaron pronto las noticias sobre el mutis de Rajoy y la irrupción de Pedro Sánchez; al igual que la ola de tensión y solidaridad por la llegada de los seiscientos treinta pasajeros del "Aquarius" al puerto de Valencia, el debate de las migraciones y los muertos incontables del Mediterráneo. Esos temas de portada pasaron a un segundo o tercer plano porque el horizonte se llenó con los hechos y ecos del Mundial de Fútbol de Rusia, el primero que se celebra en el este europeo y que discurre con sorpresas, alegrías y desencantos que cuajan o cambian de signo a diario.

Hace ochenta y ocho años, Uruguay logró en su Montevideo el primer liderazgo internacional. Desde entonces se celebraron veintiuna ediciones de una competición que, por gusto o rechazo, capta la atención en los cuatro cascos del planeta, despierta pasiones como ninguna otra manifestación y sirve, según sus teóricos y defensores, para alentar y galvanizar sentimientos comunes y, utilizados por sutiles o bárbaros manipuladores, para cimentar negocios colosales y peligrosas mentiras políticas.

Cuando prestigiosos profesionales y consultoras estiman que existen cuatro mil millones de aficionados al deporte rey, es incomprensible que este filón haya sido gobernado -o para ser más precisos, mangoneado y saqueado- por cuadrillas de condenados y presuntos delincuentes, sin que los poderes públicos hayan intervenidos hasta ahora. Invitan a una reflexión los casos del suizo Joseph Blatter, infame pastelero descabalgado de la FIFA por soborno; del francés Michel Platini, que enterró su pasado de jugador excelso por la corrupción que le echó de la UEFA, y nuestro ínclito Villar, investigado -es el penúltimo eufemismo penal- por media docena de delitos de mano ligera y descalificado por las personas de cultura media por su supina ignorancia y su tosca soberbia.

Sólo en Europa el volumen del futbolístico asciende a quinientos mil millones de euros y, hasta ayer, cuando se descubrieron las estafas, chanchullos y los negocios familiares, sus administradores camparon a sus anchas. Resulta una triste paradoja contemplar a estos presuntos delincuentes y los que están por llegar y leer mientras la apasionada declaración de amor a este deporte de un auténtico símbolo británico, el manager Bill Shankly: "Hay gente que piensa que el fútbol es un asunto de vida o muerte. A mí no me gusta esa actitud. Puedo asegurarles que es mucho más serio que eso".