El baño de las cabras en el mar es mucho más que una imagen sorprendente en una ciudad turística del siglo XXI. Mucho más que la sorpresa que genera ver a personas que meten a las cabras en la playa del muelle del Puerto de la Cruz. Este baño caprino conecta el duro trabajo de los últimos cabreros del Norte de Tenerife con ritos ancestrales, de probable origen prehispánico, para purificar el ganado y promover la fecundidad. Es historia viva de esta tierra.
Esta tradición, que estuvo perdida durante varias décadas en el siglo XX, se conserva en la actualidad gracias al esfuerzo de la Asociación de Amigos del Baño de las Cabras en el Mar, liderada por Amílcar Fariña, que tomó en 2002 el testigo del recordado Chucho Dorta Benahuya.
El Día de San Juan, entre 300 y 400 cabras de rebaños del Valle de La Orotava, bajaron al muelle para reiterar su baño purificador. El historiador Manuel Lorenzo Perera, uno de los principales estudiosos de este rito, lo relaciona con la fecundidad y recuerda que los cabreros viejos le contaron en los años 70 del siglo XX que bañaban las cabras por tradición, “porque antes lo habían hecho sus padres y sus abuelos”. Y añade que en 1974, un señor de Teno Alto de 94 años de edad, que toda la vida tuvo cabras y vivía en una cueva, Modesto Martín Dorta, le contó que bañaban las cabras para que “se revolcasen y entraran en celo”.
Desde las siete y media de la mañana y hasta casi mediodía, los cabreros fueron introduciendo, de una en una o de dos en dos, a las cabras en el muelle, donde se organizaron numerosas actividades complementarias, que no restaron protagonismo a los verdaderos artífices de este viaje al pasado: los cabreros y su ganado.
El Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz ofreció talleres infantiles, sonó el folclore del Aula de Etnografía de la Universidad de La Laguna, y alumnos de los colegios Acentejo (La Matanza) y Punta Brava (Puerto de la Cruz) demostraron que la gente más joven también puede tocar el bucio, conocer el salto del pastor o comunicarse mediante el silbo gomero para “salvar distancias”.
Esta cita con la tradición ganadera más antigua de Canarias aspira a convertirse en Bien de Interés Cultural (BIC) desde 2014, pero pese a que han pasado cuatro años, la petición –que tuvo el respaldo unánime del Pleno portuense– aún no ha salido de los despachos del Cabildo tinerfeño rumbo al Gobierno regional.