Tal como predijo el sociólogo Bauman, la vida líquida que ahora vivimos rompe radicalmente con las estructuras y normas fijadas en el pasado; de tal forma que los que ya tenemos cierta edad y aceptábamos de buen grado una filosofía de vida, unos determinados valores y principios, y diferenciábamos sin complejos lo que considerábamos como ético y moral; ahora resulta que todo ello ha cambiado de forma sustancial en nuestros días.

Ahora, la izquierda radical española, a través de su perseverante y dañina ingeniería social, pretende ir más allá en su reinterpretación; y trata de que todos nuestros actos, o al menos la mayoría de ellos, sean estos los que sean, no tengan consecuencias; es premiar el individualismo en una sociedad donde todo es relativo, temporal e inestable; por lo que, obviamente, se desecha el arraigo, la tradición y los aspectos sólidos de una estructura personal y social que se desmorona inevitablemente ante nuestros ojos, al comprobar que todo, incluidos los principios, tienen fecha de caducidad.

Pero hay quien nada a contracorriente. Y se demuestra, aunque tibiamente, en la España que presume orgullosa de su bandera en balcones y ventanas. Hay quien sigue creyendo en una sociedad libre e igualitaria, en la ley y en la justicia; en el humanismo cristiano, porque consideran que es la persona la que debe estar situada en el centro de cualquier debate. Y hay quien sigue pensando y meditando en las palabras de Burke, cuando aseguró que: "Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada". Y hay muchas formas de actuar sin necesidad de ser un superhombre o convertirse en un héroe; basta con no dejarse llevar por los cantos de sirena de una corriente guerracivilista y rupturista que insiste cada vez que llega al poder -aunque sea sin pasar por las urnas-, volver al revisionismo subjetivo y partidista de lo que fue y pudo haber sido; y que hoy por hoy pretende nada menos que romper con uno de los logros más importantes de nuestra reciente democracia, como lo fue sin duda la Transición.

Y así vuelve a repetirse el ciclo malévolo donde la derecha acomplejada y cobardona, cuando está en el Gobierno, abandona su ideología y principios, esos de los que siempre alardea cuando está en la oposición, para centrarse milimétrica y casi exclusivamente en el área económica, para contrarrestar y arreglar los pufos que invariablemente nos deja la izquierda cuando cede el poder -siempre a través de las urnas-, y que casi siempre tienen que ver con el vaciado de las arcas públicas y el llenado por millones de personas de las listas del paro.

Y mientras tanto, España, la España de las autonomías, que se ha convertido en una figura política vacía de contenidos inciertos, se desangra en guerras intestinas para ver quién llora o mama más; dependiendo del grado de chantaje al que se pueda o les dejen llegar; pidiendo, cuando no exigiendo, no solo dinero, que también, sino más autonomía, cuando no independencia; todo ello con mucho dialogo y victimismo que para eso está la democracia reversible e interesada. Y aprovechándose de que en esta sociedad liquida todo es permeable, democráticamente hablando, la izquierda radical de este país junto con los demás odiadores profesionales de España, han confabulado para crear la anarquía perfecta.

Ahora es el momento de aprovecharse en tropel de la presente confusión ideológica; de la permanente frivolidad e irresponsabilidad política en todo lo relacionado con el concepto territorial del Estado-Nación, e incluso de la Monarquía, que constituye la forma política del Estado español; donde se pone de manifiesto una vez más la permanente e insustancial retórica y lo poco o nada de concreto y sustantivo que requiere tan delicado e importante concepto. Y así, mientras unos hablan de nación de naciones, otros discuten sobre la plurinacionalidad, o se dejan llevar por los sentimientos y demandas identitaria y prefieren hablar de naciones culturales, étnicas, idiomáticas e incluso históricas; como si el tergiversar las palabras y los conceptos pudieran alterar la realidad histórica de los hechos.

La solución es evidente: volver a las urnas cuanto antes y dejar que sea el pueblo el que elija lo que quiere que se haga con su país, con su libertad, con su bolsillo, con su modo y estilo de vida y hasta con su dignidad, que no es poco.

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