En el mundo del cine la unidad de medida son las semanas; se suele trabajar y cobrar por semanas, el tiempo de preparación de un proyecto se mide en semanas, al igual que el de rodaje, y ante la pregunta de "¿en cuánto tiempo se rodó tal película?", la respuesta será cinco semanas, seis semanas, etc. Luego están los detalles; trabajamos cinco días o seis a la semana, nueve horas al día o diez o incluso once. Horas a las que se añade la hora de la comida. Así, una negociación sería: "Este dinero por semana. ¿Cinco días? No, seis, once más una..." Lo que quiere decir que el trabajo sería seis días a la semana, once horas por día, más una hora para comer.

Luego cada país tiene sus características; en España se puede trabajar el fin de semana, pero el sábado por la tarde y el domingo se paga doble; ademas la comida debe ser en una franja horaria al mediodía y la cena alrededor de las nueve de la noche. En otras muchas partes la comida es a las seis horas de la llegada al set de rodaje, independientemente de la hora que sea, y la cena al acabar el rodaje, de nuevo independientemente de la hora que sea; así que puedes comer a las seis de la tarde y cenar a las doce de la noche o, si es rodaje de noche, comer a las cuatro de la madrugada y cenar a las diez de la mañana. Además en muchos países si se retrasan en darte de comer más de seis horas se paga una multa y producción te da unos eurillos más.

Mi preocupación en uno de mis proyectos no era ninguna de esas cuestiones. Ya estábamos en preproducción, rodaríamos cinco días a la semana durante treinta semanas (ciento veintidós días de rodaje en total, descontando días de fiesta, Navidad, etc.), once horas al día más una de comida; empezábamos en tres semanas y, como de costumbre, ya estábamos fuera de presupuesto. En los rodajes hay dos fuerzas muy potentes luchando entre sí y de cómo se equilibren y de cómo se consigan soluciones imaginativas para que convivan ambas dependerá el resultado del proyecto. La fuerza creativa es la base de este mundo; los guionistas, los productores creativos, actores y, sobre todo, el director, aportan la visión de cómo debe ser el proyecto, a qué se debe parecer y a qué no, los colores, el tipo de luz y de interpretación, dónde y cómo va la cámara, cómo se mueve, el tipo de ópticas y de sonido, dónde va música y con qué propósito, el ritmo narrativo y de montaje; en definitiva, hay que decidir cómo es ese proyecto; en las primeras fases de la preproducción la imaginación vuela, vestuario diseña unos bonitos bocetos, el equipo de arte consigue plasmar en papel esa casa que le cuentas, ese ventanal a un lago y esa localización de ensueño. El "casting" va haciendo reales tus personajes y ya hablas con actores y les cuentas cómo ves el personaje, sus alegrías, tristezas, anhelos y expectativas; hasta ese momento, todo es relativamente barato; soñar es, hoy por hoy, gratis.

Pero, en un momento dado, hay que conseguir o fabricar esos vestuarios, buscar esas localizaciones y negociar con sus dueños, unos señores que sueñan poco y son muy pragmáticos cuando se habla de que un equipo de rodaje entre en sus casas, restaurantes, castillos, palacios, estaciones de tren, universidades o donde sea a rodar unas horas, unos días o unas semanas; los equipos se multiplican y, de repente, la gente que trabaja en el proyecto se triplica o cuadriplica en unos días y todo empieza a costar mucho dinero; así llega al rodaje la otra fuerza con la que hay que contar: el dinero.

"Contamos con recursos limitados para satisfacer necesidades ilimitadas" es, probablemente, la ley fundamental de la economía, y en el mundo del cine podría replantearse cómo Contamos con recursos limitados para satisfacer sueños infinitos, por lo que no es un problema de más presupuesto, ya que la imaginación del equipo creativo siempre puede soñar un poco más. Así que, una vez que has soñado todo lo soñable, la amable realidad te suele coger por la pechera y te baja de tu séptimo cielo al terrenal mundo, y esto suele ocurrir en un momento de la preproducción. En este proyecto ocurrió a falta de tres semanas para el inicio del rodaje. Aún no habíamos empezado a rodar y ya estábamos fuera de presupuesto. Cuando era más joven me agobiaba más; ahora el pragmatismo me hace priorizar, guardar ciertos sueños bajo siete llaves y defenderlos a muerte y negociar con otros menos importantes, despedirme de ese plano que iba a hacer con cien figurantes (y que ya haré en otra película, pienso) y ponerme muy digno con esa trama que hay que rodar sí o sí en la playa y que producción se resigna y acepta y, después de descartar Chipre y España por coste, me ofrece Grecia, pero eso sí, en la segunda semana de septiembre que es más barato. Yo (siguiendo la negociación) renuncio al jet privado con el que iba a abrir el proyecto, pero pido un yate enorme -es más barato y ahora cuadra mejor para la historia- aunque eso me lo guardo y, aprovechando el ahorro, pido un dron para los planos aéreos del yate...

Y así, los sueños y el dinero van llegando a acuerdos; el rodaje, como un tetris, se va ajustando poco a poco, no queda otro remedio; el comienzo está a la vuelta de la esquina y el objetivo de todo el equipo es que los sueños sigan siendo infinitos, pero que producción pueda pagarlos, y tú debes, en esa negociación constante, no olvidarte de que lo importante no es el yate, Grecia, la playa o la luna, lo importante, y para eso esta allí el director, es la historia y ahí sí debes ser inflexible; con la historia no se negocia. Los sueños son importantes, pero la historia más.