Y más concretamente en el Tamaduste, donde los desajustes de la naturaleza promovidos por la fuerza telúrica de sus volcanes contribuyen a que el paisaje parezca rescatado de un cuadro perfectamente perfilado y sugestivo, desde el río, esa piscina natural inigualable, el malpaís que se nos pierde en el roque de la gaviotas y la punta de Amacas, hasta los vigías sempiternos de la "asomada alta "y el mayestático "roque de las campanas" contribuyen a que sea así.

Pues bien, en ese panorama geológico incrustado en los aledaños del río se encuentra la cueva de los barcos, que cuando correteábamos por los picachos de lava y llegábamos a ella solo notábamos la presencia de unos pocos barcos en situación de abandono que nunca vimos salir a pescar. Barcos que eran propiedad de vecinos del Tamaduste y de algún que otro pescador del Mocanal, que también por la vereda de la "montaña colorada" se trasladaban hasta las aguas cercanas a la cueva donde durante una temporada sumergían los mimbres que transportaban en burros para una vez, ya flexibles, dedicarlos a la elaboración de diferentes tipos de cestería.

En su momento se llegó a decir que algún empresario de la Isla tenía la idea de convertir parte de la cueva y su exterior en un restaurante pero que habría desistido por no tener la certeza que ocurriera algún tipo de desprendimiento imprevisto, como así sucedió más tarde, tras la convulsión del volcán de la Restinga, que entre otras cosas hizo que la "raya azul" desapareciera a la vez que agrietaba parte de la cueva que originó caídas de algunas de sus rocas.

La cueva de los barcos del Tamaduste funcionaba muchas veces de vestidor puesto que durante el verano algunos veraneantes salían de su casa sin el bañador puesto y allí se lo ponían. Recuerdo entre ellos a don Manuel Espinosa y a mi padre.

Don Manuel tenía un peculiar estilo de natación porque más que nadar, flotaba y sin apenas esfuerzo se desplazaba, como si estuviera sentado, por los ochenta metros que hay desde el "roque" hasta la "plancha" y vuelta; y siempre con sus gafas de sol puestas, sin inmutarse y sin perder la sonrisa a pesar de alguna que otra ola intempestiva.

La cueva resultado de una conflagración volcánica es como si fuera la base incrustada en el mar del roque de las Campanas, su ámbito mezcla de luminosidad y de oscuridad siempre nos cautivó, fue escondite de juegos infantiles y más tarde de buenos encuentros de juventud donde sonaban guitarras mientras se degustaba una paella regada con el buen vino de una bota herreña.

La cueva de los barcos sigue siendo testigo de un paisaje esplendente que la naturaleza colocó en el Tamaduste y que siempre, hasta ahora mismo, nos asalta el interrogante ¿no sería hábitat de los bimbaches herreños de aquella zona, máxime cuando no muy alejada de ella, en lo alto del "jorado" se encuentra otra cueva conocida por "la de los guanches" que fue una necrópolis de los mismos?