Estos trazos que esbozo en la ciudad quizá no tengan sentido. No busques coherencia en los latidos de Santa Cruz. Desde mi casa, en el barrio de Duggi, he dejado de creer en la esencia de lo que respiro. Antes le echaba la culpa a la refinería. Ahora, con el sueño verde de Santa Cruz 2030, no me vale de excusa. La última madrugada paseé por las vísceras de la ciudad y mis ojos certificaron la diferencia entre pobreza y miseria. Santa Cruz ocupaba un lamentable quinto puesto en el ranking de tasa de población en riesgo de pobreza (que Las Palmas ocupara el tercero no servía de consuelo). La clase dirigente imita a Horacio Nelson. El almirante perdió un ojo durante la batalla de Córcega y cuando le interesaba, se ponía el catalejo ante la pupila perdida y decía que no veía nada. Yo no soy Nelson. Veo las cicatrices de mi territorio.

A veces, como esta mañana de domingo, me cuestiono por qué gasto los datos de mi smartphone leyendo noticias. Todo no llega a un nivel surrealista. Surrealista era André Bretón o nuestro Domingo López Torres. Así que, cómo catalogar que la justicia alemana decida extraditar a Puigdemont por un presunto delito de malversación y que acto seguido, en una respuesta de chiste, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, considere dicha decisión una gran noticia. ¡Vamos!, que hay que estar contentos porque un cargo público robe, presuntamente, a sus ciudadanos. O sea, que no es Madrid quien les roba. Un amigo madridista me comenta que Florentino debería aprovechar la coyuntura, y pedir oficialmente a Inglaterra que instara al Chelsea a la entrega de Thibaut Courtois y Eden Hazard. Veo los memes con la última de Pérez Reverte, que con sus Tercios de Flandes, advierte que abandonará la RAE si esta se presta a una modificación de la Constitución que propone el gobierno para una puesta a punto del lenguaje inclusivo en su texto. Desearía (para reír y no llorar) que la realidad nos la contara y cantara Bertín Osborne y los Morancos.

Decido parar. La luz de la mañana abre mi visión a través de la ventana. El océano continúa como lo dejé anoche. En calma. Y lleno de esos artilugios en el puerto que parecen sacados de la saga Transformer. Hace cuarenta años que tuve un sarampión que me impidió disfrazarme de mosquetero en un Carnaval heredero de las fiestas de invierno. Sigo siendo el mismo Matías, lo seguía siendo al año siguiente. Sin embargo, ya el disfraz me quedaba pequeño. Ignoro si es la sensación que tengo en mi relación con Santa Cruz. Son las mismas calles que transito. Idénticas venas y arterias que le dan vida, las que no se detienen y reconocen mi rastro. Quizás es mi vida la que sigue adelante mientras un tiempo, que nunca existió, permanece detenido. O puede que se trate de un engaño porque ya no queda ninguna de las casas terreras que había entonces, ni sus tejados llenos de gatos.

Pero al séptimo día no me toca descanso. Tengo trabajo. Ayer tocó en mi puerta la vieja loca que tiene disparatado al departamento de medio ambiente municipal. Pretendía contratarme. La conocí durante el servicio militar en las cocheras, donde estaba la farmacia militar. Venía por las noches a recoger la comida sobrante. Me juró que el trabajo valía la pena. Esa afirmación terminó por desarmarme. ¿Encontrar algo que valga la pena? La vieja me confesó su preocupación. Sabía que era tarde para ella, tenía fecha de caducidad su existencia y no había nada que se pudiera hacer. ¿De verdad, crees esta última afirmación, Matías?

De camino a mi cita, llegué hasta la rambla. Observo a lo lejos a mi clienta. Espera y alimenta a las palomas que el departamento municipal intenta erradicar. Aprobaron una ordenanza que prohíbe darles de comer. Dicen que capturan medio millar al mes, al tiempo que articulan un proyecto de colonia de gatos en sus últimos reductos de La Salud y El Toscal. Pretenden regularizarlos, censarlos y ponerlos a cargo de un cuidador (espero que no sea un chino). Salgo a su encuentro. Camino al ritmo del Billie Jean de Michael Jackson. Billie Jean: "Billie Jean no es mi amante, es solo una chica que afirma que lo soy". El signo de los tiempos me llevó a pasar una noche de copas con una millenial, una de esas chicas de la generación Y, que podía ser mi hija. Cuando le hablé de Billie Jean me comentó que era su escritor favorito de novela negra (¿?). Tardé en caer que se refería a un tal Blue Jeans, un bestseller teenager, al que consideraban el futuro de la novela negra para adolescentes. Espero que no se enteren Juan Madrid y Toni Romano. Hablando de literatura, en el camino encontré, reposando junto al escudo de El guerrero de Goslar, un ejemplar de Crónica de la nada hecha pedazos, esperando que alguien detuviera sus pasos para rescatarlo. Veo también a dos buscavidas, de esos que son a primera hora del día gorrillas, y luego ensucian los cristales de los coches en los semáforos. Ahora yacen debajo de un laurel de indias dando cuenta de una pizza troceada con un cartón de vino tinto. Un curioso y estrambótico maridaje. Tiene queso y carne, o sea, altas probabilidades de contar con rata o paloma entre sus ingredientes.

Me pregunto quién mató a todas esas palomas a las que di de comer en el parque García Sanabria. ¿O será que son eternas y la vieja es la única que ha mantenido su promesa de alimentarlas? Ya no hay excusas. La tengo delante. "¿Por qué dejaste de darles de comer a las palomas", me recrimina. Diría lo que pienso si creyera que eso cambiaría su opinión y la salvara. ¿Qué bando tomar? ¿Cómo cobrar de una vieja loca que solo tiene migas de pan mojadas en leche para pagarme? Conozco a los jueces de las palomas. Fueron de los míos. Hubo un día que para ellos el ocio significó andar en monopatín, jugar en la calle y gastarse los duros en los flypper, futbolines y billares. Entonces enchufábamos el walkman y reproducíamos canciones cuyos videos devorábamos en la MTV. Aquellos chicos teníamos el deseo de ser alguien en la vida, cantábamos We are the World (en una época en que Michael Jackson aún era negro y estaba vivo), e intentábamos liberar a nuestras Willys que para la vieja loca eran las palomas. Nada presagiaba que fuéramos a terminar como acabamos. El futuro no estaba donde creíamos. Fuimos un talento condensado en una nómina de 1.000 euros. Vuelvo a la certeza. Mis amigos lograron despachos en el Ayuntamiento. De hecho, si fuera a visitarlos es posible que lograra un efecto placebo para la vieja loca. Regreso al problema de mi clienta. Va de himnos generacionales, y cuando ni siquiera Prince puede ya cantar que incluso las palomas tienen orgullo, me refugio en el último consuelo cuando todo falla y me quedo sin argumentos: la respuesta a los problemas está en una pizza troceada.

Eché mano a la bolsa de plástico de la vieja loca y esparcí dos puñados de su contenido en la rambla. Me volví a ver rodeado de palomas, igual que en aquella vida en blanco y negro que mi sonrisa coloreaba.

God save Santa Cruz