En casa de tío Pedro, que esta situada en el barrio de Tesine, había (no sé si sigue existiendo) un nisperero gigante que siempre fue motivo de curiosidad. Durante el año no perdía las hojas y sus robustas raíces estaban incrustadas en el patio de la parte baja, por donde se encontraba la puerta de la lonja, que no solo daba sombra a esa parte de la casa sino que sus ramas trepaban y se alargaban sobre el patio de la parte alta donde se encontraba un banco de cemento y a la entrada a las distintas habitaciones. Además, el nisperero ofrecía en el tiempo que daba frutos unos nisperos exquisitos que no podíamos evitar saborear más de uno cuando llegábamos a la casa de tío Pedro.

Una de las funciones que tenia ese gigantesco nisperero era, en la "muerte de cochino", allá a finales del mes de octubre, donde su sombra era necesaria para situarlo bajo ella e ir sobre tablones de madera "chamuscando" su piel con los brezos amontonados a tal fin; piel que una vez limpiada con agua y jabón ya se abría "en canal" y se le colgaba de una pesa romana para saber si pesaba mas o menos que el del año anterior.

Y ya pausadamente por los diferentes colaboradores, que eran generalmente de la familia, se troceaba la carne para adobarla en vasijas de barro para los chorizos y chicharrones a la vez que se lavaban minuciosamente las tripas para que fueran deposito de morcillas y chorizos, y también la "fola", la vejiga de la orina, que una vez limpia e inflaba se usaría para depositar en ella la grasa del animal que serviría mas tarde como aceite para freír.

Ese día era una verdadera fiesta y era una de las que más deseábamos ocurriera durante el año, junto con la mudada al Tamaduste y la noche víspera de Reyes completaban nuestras mejores expectativas. Pero la muerte del cochino en casa de tío Pedro siempre nos estimulaba la atención y deseábamos que los días corrieran veloces para disfrutar de todo aquello que nos esperaba como la mejor aventura.

Jugábamos también en las calles aledañas hasta llegar a la plaza de Santa Catalina, le cortábamos el hilo con el que las mujeres cosían las morcillas, llevábamos café a los que estaban en faena, y había un ritual que no podía fallar cual era que una vez cortado el rabo del animal y de manera disimulada se le colgaba a alguno de los chicos que estaban en ello y sin enterarse motivaba que la risa nos partiera y él sin enterarse, al que hacíamos correr, pero cuando descubría la ruindad su enfado era descomunal. Pero era lo que había.

Entre las ramas de aquel nisperero nos perdíamos unos de otros disfrutando su sombra que motivaba que ese día fuera de esplendor infantil y que estábamos contentos porque la fantasía soñada durante el año se hacía realidad y era lo mejor que nos podía pasar.