Transcurrido el fallido intento de desembarco inglés del 25 de julio de 1797, los días venideros sirven para expresar en Santa Cruz y el resto de la Isla la alegría popular por librarse de una seria amenaza de conquista. Aparte de los festejos y desfiles consiguientes, amén de los ceremoniales religiosos de rigor por la conclusión del conflicto, y la firma de la capitulación por el herido Nelson, aquejado de la pérdida de su brazo derecho atribuido al disparo del cañón El Tigre, llega el momento del recuento de víctimas y heridos en combate, y los medios disponibles para su curación y aún de auxilio a las dotaciones de los asaltantes, con menos recursos sanitarios que en tierra por el limitado espacio de medios y espacio físico en sus navíos.

Establecido el balance de pérdidas enemigas en combate, las cifras indican varias cantidades que oscilan entre las 230 y 251 bajas, si bien estas varían en función de quién o quiénes las anotaron en sus escritos. No obstante, hay que destacar el ingrato papel desempeñado por el cirujano del "Theseus", Thomas Eshelby, que auxilió al propio Nelson, nada más tener constancia de su grave herida, cosiéndole inadecuadamente un tendón al tratar de suturar su herida abierta. Acción que dejó al afectado preso de grandes dolores, que minarían más tarde su estado de ánimo en el restablecimiento, hasta el extremo de escribir en tono pesimista al almirante Jervis, exponiéndole sus dudas sobre su expectativa de vida. Por fortuna, una ruptura posterior de la sutura del tendón, que tanto dolor le originaba, consiguió aliviarlo de su dolencia, que fue capaz de hacerle recuperar el ánimo para seguir acometiendo empresas bélicas hasta su muerte definitiva en Trafalgar.

Expuesta la ineptitud del cirujano que prestó sus servicios al herido, solo queda consignar las escasas disponibilidades sanitarias existentes a bordo de los barcos de la Armada, con unas condiciones de salubridad que hacían casi imposible conseguir la recuperación de un herido en combate o por accidente laboral. Pues a la deficiente alimentación, había que añadir las secuelas de otras enfermedades congénitas que padecían por sus peligrosas actividades a bordo, donde el agua dulce solo se empleaba para beber o comer y nunca para la higiene personal, que podía prolongarse hasta los dos meses y que generaban enfermedades en la piel como la sarna; teniendo como único recurso para expulsar aguas mayores o menores, unas toscas letrinas situadas a proa y popa de la nave y a la vista de todos. Por añadidura, todos estos inconvenientes se sumaban a la disponibilidad de criar junto a ellos animales domésticos para ser consumidos por la oficialidad, que generaban el mal olor correspondiente ante la imposibilidad o dejación para evacuar sus excrementos, incluidos los de los cerdos que se compraban antes de partir de Sevilla, o al hacer escala en Canarias.

Por ello, hacemos hincapié en la carencia de normas de evacuación de las aguas residuales estancadas en las sentinas del barco, justo encima de la quilla. Una medida que luego se solucionaría, siempre que no se averiaran las bombas de achique, puesto que la sentina era el lugar más insalubre del navío, siempre empantanado y colmado de ratas y parásitos de toda índole. Un foco idóneo para contraer enfermedades como la fiebre amarilla o el paludismo, casi imposibles de combatir en navegación y con algo más de eficacia cuando los barcos surtían en puerto, a los que se les practicaba una limpieza selectiva, incluso perfumando sus estancias con hierbas olorosas. Con todas estas carencias, es comprensible resaltar la imposibilidad de salvar la vida al propio Nelson, herido de muerte en Trafalgar por un disparo desde la cofa del "Redoutable" y sin poderle contener la hemorragia causada, que originó su óbito en poco tiempo.

Estas carencias sanitarias, comunes a todas las armadas, eran más notables entre ingleses y españoles, debido a la falta de recursos y medios para combatir o paliar las incidencias. Tuvo, por tanto, que pasar mucho tiempo para llegar a una humanización del trato médico de heridos y enfermos a bordo, unido a una mayor y más específica formación de los cirujanos, que luego prestarían sus servicios a bordo de los navíos del rey, exceptuando los mercantes dedicados exclusivamente al comercio y transporte de pasajeros en la carrera de Indias.

Ciñéndonos al trato dispensado a los heridos en combate después de la Gesta, que lógicamente tuvieron más oportunidades de sanar en tierra que a bordo, podríamos calificarlo de óptimo, dando con ello prueba de la grandeza y caballerosidad de un pueblo fiel a la Corona, que no quiso ser siervo de ninguna potencia extranjera, y que hoy en día sigue ejerciendo con todos los argumentos y medios disponibles, a favor de los propios descendientes de aquellos que arribaron un día en son de guerra, al mando del marino más relevante de la Historia, heroicamente derrotado en Tenerife.