Ya sabemos -porque lo dijo el mismo en el Congreso- qué va a hacer Sánchez para resolver el problema de su relación con los ''indepes'' catalanes de aquí a que se agote la legislatura. Su Gobierno prepara un plan de ''alivio'' de la deuda catalana. Cataluña, junto con Valencia y Andalucía, en ese orden (Cataluña suma más del doble de la deuda de Andalucía), son las tres regiones que acumulan más deuda. Una deuda que -solo la catalana- representa cuatro mil millones más que el conjunto total de la deuda de las catorce comunidades autónomas restantes, las que se apretaron el cinturón y consiguieron hacer la tarea que les pidió Hacienda. Entre ellas, Canarias.

El problema catalán es grave, porque además la Generalitat ha perdido la capacidad de emitir deuda para pagar su deuda, que es la técnica usual para hacer frente al déficit público: hacer que sean los hijos los que paguen los pecados de los padres. Pero a Cataluña ni eso le vale: la consideración actual de sus bonos es de "muy basura". Andalucía, sin embargo, sí puede financiar su deuda con recursos propios. Por eso, los socialistas catalanes llevan ya algún tiempo solicitando en el PSOE que se haga una quita a la deuda catalana. En términos prácticos, que Hacienda -ya sabes, Hacienda somos todos- se haga cargo de pagar parte de la deuda catalana, para que Cataluña pueda garantizar la continuidad de sus servicios básicos. Me asombra que una de las regiones más ricas y prósperas de España se haya metido en un agujero de más de 54.000 millones. Mucho tiene que haberse despilfarrado y robado para que la situación sea esa. Claro que cuando uno se entera de que la oficina del ex presidente Puigdemont va a ser financiada con tres millones anuales por la Generalitat, a pesar de que Puigdemont está huido, y ha perdido por decisión judicial su acta de diputado (algo que aún no ha sido tramitado por el Parlament, desoyendo las instrucciones de sus servicios jurídicos), pues uno empieza a explicarse que durante muchos años Cataluña ha gastado dinero sin límite ni control. Sin contar el 3%.

Personalmente creo que el Estado debe apoyar a las regiones que se esfuercen en cumplir las reglas de estabilidad. No es el caso de Cataluña, y no entiendo por qué desde las regiones que han cumplido, habría de tolerarse esa quita que propone el PSOE catalán. Es verdad que -de momento- lo que Sánchez plantea no es una quita sino suavizar la presión para el abono de lo que se le debe al Estado. Pero esto es un zoco, y resulta sospechoso que la propuesta de Sánchez coincida con su otra gran pirueta con Cataluña: tras los gestos políticos, las reuniones, el acercamiento de presos y lo que proceda, Sánchez propone ahora que Cataluña vote un nuevo Estatut. Vale. No discuto que el conflicto con los independentistas requiera de explorar salidas políticas. Pero me asombra la bisoñez de Sánchez si cree que la cuadra de Torrá y Torrent va a aceptar una solución que no conduzca a la independencia. Aceptarán un Estatut nuevo sólo si ese Estatut da alas e instrumentos jurídicos al soberanismo para avanzar hacia la secesión.

Si el diálogo de Sánchez consiste en que la Generalitat vuelva a diseñar el sistema de financiación de todas las regiones para quedarse con la parte del león, facilitarle a la Hacienda catalana los pagos de la deuda que tienen con todos, dejar que sigan incumpliendo las reglas de estabilidad que cumplimos los demás, y permitirles aprobar un Estatut que les facilite volar en pedazos este país, por lo que a mí me toca, el diálogo se lo puede guardar Sánchez donde le quepa. Entre otras cosas porque dialogar con los catalanes debiera ser escuchar no sólo a quienes quieren la independencia. También a los otros, los que no la quieren, que son -de momento- más de la mitad.