No creo que la nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua fuera esperada anteriormente con tanta expectación; ha sido un autentico regalo el que nos hizo hace unos meses la prestigiosa entidad. Su lema, "Limpia, fija y da esplendor", se ha cumplido una vez más, refrendando que las decisiones que toma no se hacen a la ligera, sin meditarlas, sin consultarlas con las otras academias hasta que haya un consenso. Uno a veces se desespera al utilizar el servicio de consultas que ofrece la entidad, pues muy a menudo la respuesta, cuando dudamos ante el significado de una palabra muy al uso, suele ser "no existe en nuestro idioma". Y no es que eso sea cierto: sí existe, pero aún no ha sido sancionada por los académicos.

¿Y a qué se debe ese retraso? Más que nada, creo yo, a la presión que ejercen los grupos políticos y feministas. Con el auge de las que se conocen como redes sociales, hay que hilar muy fino, pues siempre aparece alguien dispuesto a armar la marimorena cuando la definición que se ofrece posee, por ejemplo, signos machistas o no es políticamente correcta, como, por poner otro ejemplo, cuando se define algo relacionado con nuestros cuarenta años de dictadura con palabras que no sean peyorativas.

Son 3.500 nuevos términos, enmiendas y modificaciones las que contiene el nuevo diccionario, que como novedad ha sido editado en primer lugar de forma digital. Tardaremos algún tiempo en tenerlo en papel, sin desechar la posibilidad de que en las futuras ediciones se incluyan otras muchas palabras que en esta han quedado fuera. Se me ocurre una que usamos diariamente, infinidad de veces, niños y mayores, wasap, que yo ya utilizo siempre en vez de WhatsApp o guasap, a la espera de que la RAE dé su visto bueno.

¿Y sirven de algo las periódicas informaciones que al respecto nos ofrece la RAE? Supongo que sí, aunque de vez en cuando algunas de sus decisiones no me gustan. Se dice que el diccionario debe ser reflejo del léxico que utilizamos los hablantes, pero no entiendo por qué hay que admitir, por mentar algunos términos, almóndiga o toballa. No me extrañaría, en consecuencia, que en poco tiempo se admitan p''alante y p''atras, cuando lo mejor sería enseñar a los niños, desde Primaria, a utilizar las palabras adecuadamente.

Me hago eco también en este comentario de unas declaraciones de Darío Villanueva, director de la RAE, al intentar poner coto a la cantidad de anglicismos que, sin justificación alguna, estamos incorporando a nuestro idioma. Se refirió, concretamente, a la serie televisiva española "Family", como si decir "Familia" fuese algo que está fuera de lugar. O a la estupidez -esto lo digo yo- de algunos al poner en las invitaciones a actos oficiales las expresiones ''save the date'' o ''dress code'', difícilmente inteligibles para quienes no posean ciertos conocimientos de inglés.

¿Y qué decir de e-mail cuando en español tenemos correo-e? ¿Tanto cuesta decir esta última -o simplemente ''correo''- en lugar de la primera? Creo que la pujanza del inglés en el lenguaje técnico resulta para todos evidente, por lo que es comprensible que algunas expresiones o palabras que nos vienen de fuera se incorporen al lenguaje habitual debido a la lentitud -justificada- de la RAE en estos casos, pero, a pesar de todo, la labor de los educadores debe ser más exigente con sus alumnos respecto a la pureza del idioma. De no ser así no resultará extraño que a aquellos, en los exámenes, se les permita utilizar el que hoy domina en los wasaps: ''k'', ''porfa'', ''finde'', ''teq''?