Un servidor, al que por su hábito de conducción tranquila lo han llamado de todo menos bonito, leyó con satisfacción la nota de prensa publicada por esta Casa, alusiva al radar de la TF-13 (km. 0,50); más conocido como el vigilante de la Vía de Ronda. Pues confieso que me alegré de la cifra, porque para un conductor habitual, como es mi caso, que la frecuento todos los días dos veces, como mínimo, le supone un acicate para dar por buena la severidad sancionadora contra todos los desaprensivos, de ambos sexos, que transitan por ella sin respetar sus normas de advertencia. Estos auténticos imprudentes suelen poner en práctica una maniobra que consiste en pegarse con insistencia a la defensa trasera del vehículo precedente, con la intención no declarada de que el que va delante acelere para facilitarle su desplazamiento (o capricho), rompiendo con los límites de velocidad máxima permitidos, y dando la oportunidad a que el radar nos dispare su flash sancionador a nuestro paso.

En mi caso, que suelo bautizar esta acción con algún epíteto jocoso dedicado a estos ejemplares agresivos, los he calificado como los "comemaleteros"; o lo que es lo mismo, que están tan aquejados por un sentido de la curiosidad ajena, que se apresuran a meter el morro en el maletero de tu vehículo, a fin de averiguar lo que llevas guardado; olvidando con esta actitud que si por azar tenemos que dar un frenazo brusco inesperado, la inercia del seguidor nos meterá el radiador hasta el espaldar de nuestro asiento delantero. Y ya, en el colmo de la prepotencia, es muy probable que el "homo sapiens" nos señale como culpables del accidente.

Confieso que hay veces que dependiendo de las circunstancias de ánimo, uno sobrelleva estas actitudes agresivas con diferente talante, que puede ser haciendo caso omiso a sus gestos y actitudes, o, como es mi caso, si existe un ensanche en la carretera, dándole paso de inmediato para que acabe su acoso y que salga fotografiado al instante por el radar justo en el momento de dar el imprudente acelerón para hacer alarde prepotente de su pericia en el volante.

Veinticuatro mil novecientas cincuenta infracciones detectadas en un año, supone una cifra razonable, a tenor de la jauría competitiva de todos los días, porque si uno tuviera posibilidad de denunciarlo, lo haría contra los que adelantan en línea continua, saltándose los límites de velocidad permitidos. Y todo ello, no supondría un método sustancioso de recaudación para la DGT, que suele ser la excusa más banal del infractor para consolarse ante una sanción merecida, sino que tal vez les haga reflexionar por tener que estrujarse el bolsillo para afrontar el pago de la multa.

Resumo finalmente estas anomalías de forma llana y sin florituras literarias, para decir que me alegro que a todos estos "chachones/as" agresivos/as, aspirantes a meter sus narices en los maleteros de los vehículos delanteros, les caiga todo el peso sancionador en los bolsillos, y que cuando la torpeza les incite a pisar el acelerador o insultar al conductor contiguo con gestos soeces o haciendo sonar el claxon, recuerden que el mes tiene treinta días y que llegar hasta su final libres de números rojos supone una proeza mucho mayor que la de estar provocando continuamente al prójimo con el estilo de conducción temeraria y sin guardar la distancia prudencial dictada por las normas de tráfico. Esto de guardar la distancia, multiplicando por sí mismo el número del cuentakilómetros, supondría el espacio de separación entre vehículos, calculado en miriámetros. Ejemplo: 50 <km./hora x 50 = 25 metros. Pero por mucho que lo diga, cada cual preferirá hacer lo que les dé la gana y seguir desahogando su mala educación contra el conductor vecino que ha tenido la desgracia de tenerlo por compañero de viaje. ¡Bendito radar justiciero!

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