La vida de Pedro Bernadás giró siempre alrededor de dos ejes: el trabajo y la familia. Pero cuando sus obligaciones laborales se lo permitían, y en compañía de su mujer, se dirigía a un destino en el que encontraba un ambiente muy diferente al de Barcelona, su provincia de origen. Tenerife, y en especial el Puerto de la Cruz, ha ocupado un lugar muy especial en la trayectoria de este médico jubilado y ya centenario. Tanto es así que, tras años de visitas -cada vez más largas-, optó por establecerse en la Isla, donde disfruta -con un estado de ánimo envidiable y una salud óptima para su edad- de amistades, paseos y un descanso merecido, pero también activo.

La historia de fidelidad a Canarias que protagoniza Bernadás es similar a las de otros que empezaron como turistas para terminar como residentes. Lo que hace singular la suya es que se ha prolongado durante medio siglo y que se ha ramificado en otras: junto a él vino la mujer que se encarga de atenderlo y cuidarlo, Mirta, quien en Tenerife conoció al que hoy es su marido, Vicente, un chófer jubilado de Titsa tras 42 años de profesión que, en cierto modo, sigue ejerciendo su oficio al pilotar el coche en el que los tres recorren todos los rincones de la Isla.

Bernadás alcanzó los 102 años la semana pasada. Celebró su cumpleaños en su casa del núcleo realejero de El Toscal-Longuera junto a una parte de los muchos amigos -"sesenta u ochenta", asegura- con los que cuenta en tierras tinerfeñas, algunos de ellos también procedentes de otras latitudes. Ha superado el siglo de existencia porque así consta en su documento de identidad, pero lo cierto es que ni físicamente -en el último análisis no tenía ni azúcar- ni, sobre todo, mentalmente lo aparenta.

En la decisión de viajar por primera vez a Tenerife influyó el hecho de que el hijo de Pedro y Rosa María -su mujer- hacía el servicio militar obligatorio en el cuartel de Los Rodeos. El Puerto de la Cruz, entonces la ciudad turística por antonomasia, fue su destino, y les gustó tanto que cada vez que tenía vacaciones procuraban regresar. Con la jubilación, las estancias empezaron a alargarse: dos, tres, cuatro meses... La mezcla de turismo y de vida de pueblo que distingue al municipio norteño explica buena parte de la atracción que ejercía sobre la pareja.

La muerte de Rosa María hace veinte años, dejó "hundido" a Bernadás, aunque se encontraba bien de salud. "Nunca enfermé y conduje hasta los 85 años", relata. La primera complicación, un pinzamiento lumbar, aconsejó la contratación de una asistenta, que resultó ser la boliviana Mirta. Fue entonces cuando el protagonista de esta historia maduró el proyecto de ser un tinerfeño más.

Ahora pasa unos diez meses al año en la Isla, donde encuentra un ambiente que "no tiene nada que ver" con el de Barcelona. Hace casi toda su vida en el Puerto -"antes iba todas las noches al Café de París", apunta-, pero también viaja hasta el sur para comer en su restaurante favorito, visita Taganana, Buenavista o Vilaflor y pasea por Las Teresitas o el parque García Sanabria. Las vueltas a la Isla son casi semanales.

En su natal Badalona celebró su centenario y recibió homenajes por alcanzar esa edad, entre ellos una medalla de la Generalitat. También el Puerto de la Cruz ha reconocido su fidelidad como visitante.

Sus días transcurren entre descanso, excursiones y lecturas pero, sobre todo, se caracterizan por la compañía de sus amigos y seres queridos, con los que, dice, nunca ha tenido "ni el más pequeño problema".