Paseas por el rastro y haciéndote un hueco entre la gente que deambula, observas zapatos, ropa, muebles, juguetes... casi todo es de segunda mano, aunque un porcentaje elevado (no todo) se encuentra en condiciones de uso. Para escapar. Entrando a aquel mercadillo desde la plaza de la Constitución, por la acera de la izquierda en plena calle Real de Santa Cruz de La Palma, te sorprende un cartel: "Se escriben cartas de... y un enorme corazón pintado de rojo". Sí, de amor. Te avisan: cada carta cuesta 2,50 euros, un precio simbólico si se debe pagar el puesto, poner el folio, desplazarte y, sobre todo, tirar de imaginación para llenar el alma, que barato no debe ser.

Otro pequeño cartel resume lo que se necesita para elaborar una buena misiva de estas características: "Una persona amada, papel, un artefacto con tinta y saber juntar unas pocas palabras". El cronista mira detrás de aquella mesa, quiere observar a la protagonista de la idea, y el rostro es conocido: Ana Vidal, una escritora por descubrir con algún libro publicado y experta en microrrelatos.

La primera pregunta era evidente: ¿Cómo surgió la idea? La respuesta fue natural: "Hace un año me regalaron una máquina de escribir antigua, una Olympia, y a raíz del buzón que está al lado del teatro Circo de Marte (en Santa Cruz de La Palma), decorado y que es solo para cartas de amor, se me ocurrió trasladar ese concepto, que me parece tan bonito, a un puesto en el mercadillo".

La iniciativa suena diferente, pero al principio da un poco de "corte" llevarla a efecto. No es natural. Es más, Vidal admite que ella sola no se atrevía a ir al rastro a escribir cartas de amor, no estaba ni de lejos acostumbrada, por lo que acudió acompañada por una amiga, con otra máquina de esas que recuerdan el pasado, aunque en su caso actuó de escribana; es decir, escribía aquello que los "clientes" dictaban.

Y allí se plantaron ambas con sus "cosas". Al principio, el puesto para el viandante resulta extraño. Impacta, pero atrae. "Vinieron bastantes personas. Me pidieron cartas de amor para hijos, parejas e incluso una me pidió una carta para su futuro amor, que fue muy bonita", comenta la escritora, quien como curiosidad apunta que "una de las cartas, que se iba a llevar en mano, la robaron junto a más cosas en un bolso antes de la entrega".

La misiva que más le gustó de las que le pidieron "se la escribí a Gregor Samsa (personaje de La Metamorfosis de Franz Kafka). Me encargaron una carta para él y fue la más literaria", sentencia.

Ana Vidal habla emocionada, con la sensación de haber vivido una experiencia enriquecedora, aunque reconoce que por lo general las personas que requirieron sus servicios, lo que fuera capaz de crear con aquella Olympia, "no me querían dar muchos datos", a veces ni siquiera el nombre del destinatario, "y casi todas querían que empezara la carta con un "amor mío". Fue muy bonito, una mañana súper emocionante para las dos. Por la tarde tuve resaca emocional".

Lo que comenzó de aquella manera, sin grandes pretensiones, se desbordó. Y es que "me sentí un poco médium de las emociones ajenas. Fue dejar un poco el amor en el aire. La gente miraba el cartel y no se lo podía creer. Personas que nunca habían recibido una carta de amor o que apenas habían escrito una en toda su vida". Sí es cierto que hubo algún atrevido que cuestionó el mezclar el amor con cobrar por escribir la carta. A propósito, Vidal apunta que "el precio es reducido para el trabajo que lleva cada carta; es casi un regalo, porque el puesto también hay que pagarlo. No se pagaba por el amor, se pagaba por el trabajo".

Antes de llegar al rastro, la escritora pensaba que "solo se iban a animar una o dos personas". Y es que "nunca pensé que me iban a tener allí toda la mañana escribiendo". El reclamo estuvo por encima de las expectativas "y hubo lista de espera. Al final tuve que dejar gente para el próximo día que vaya porque no me daba tiempo para más. Es una experiencia que pensamos repetir". Hace hincapié en que es una escritura instantánea, en la que "tardo unos 20 minutos por carta", aunque si al final no gusta el resultado "ofrezco la posibilidad de volverla a escribir". Nunca ocurrió, la gente salió satisfecha.

Las dos máquinas de escribir no pasaron desapercibidas para los más curiosos. Sorprende que en la era digital aún sigan funcionando Olympias. "Hubo niños que pasaron por el puesto que nunca habían visto una máquina de escribir, solo el ordenador y una impresora. Se sorprendían y se preguntaban qué era eso que auto-imprimía. Otras personas adultas recordaban que ellas tenían una en sus puestos de trabajo y a algunos (viandantes) como no veían el cartel, por su ubicación, les teníamos que explicar que estábamos escribiendo cartas de amor. Sí, fue una mañana de sensaciones y emociones".