La actualidad hace que desvíe mi atención a la figura del afortunado capitán Jack Aubrey, protagonizado por Russell, Gladiator, Crowe. Mientras, aguardo la llegada de la doctora Jiménez, sentado en un quiosco Numancia rehabilitado con una escenografía "new age". En la espera, aprovecho para enterarme de que al final vamos a vender 400 bombas y 5 corbetas a Arabia Saudí. Quizá, Canarias debería completar el pedido. Una buena ocasión para que un jeque forrado de oro negro compre el CD Tenerife y, de paso, venderle (hace tiempo que no lo hacemos) la playa de Las Teresitas, Las Huertas y el teleférico del Teide. Cada vez que se detiene y queda suspendido me recuerda a los inicios de las películas de James Bond. Se me ocurre que el jeque comprador podía tener implícita una concesión de 50 años que le habilitara al asentamiento de saudíes para repoblar y rehabilitar el barrio del Toscal. Miré el reloj. La histórica impuntualidad de la doctora Jiménez. Tenía a su hija frente a mí. Se parece muchísimo a su madre. Mi primer encuentro con la doctora fue al ir a visitar a un cliente en el hospital. La vi en el pasillo, me acerqué a ella y le indiqué que buscaba al doctor Jiménez. Su respuesta fue que lo acababa de encontrar. ¡Una mujer!, exclamé. En mi pecado llevé la penitencia cuando me indicó que mis poderes de observación eran muy agudos. No perdió su valioso tiempo conmigo. Entendible, en aquella época era un cretino. Si me hubieran preguntado entonces qué era cotizar les hubiera respondido que un whisky escocés. Sin embargo, comencé a aficionarme al Jack Daniel''s por encima de la autóctona cerveza Dorada o el Cutty Sark No creo que mi imagen haya mejorado. Ahora, su hija me analizaba. Estaba incómoda y no tenía ningunas ganas de estar en aquella situación.

-¿Sabes qué vas a hacer? -La cuestioné para romper el hielo.

-No, señor Fernández. Bastante tengo con haber terminado la carrera de psicología

-¿Y ahora?

-Mamá quiere que haga un master?

-¿En la Rey Juan Carlos?

Sonrió, sin contestar. En el semblante adiviné un montón de dudas. Mat, si no tienes un master en tu currículo no eres nadie. Es como si no logras un peluche disparando con una escopeta en la feria. No te llevarás a la chica, ni aunque la invites a algodón de azúcar. Con la que hay montada, esto se asemeja a un Sálvame DeMaster, con grados, posgrados y tesis a montón y a Monzón. Los verdes piden la dimisión del líder azul por el master en la Rey Juan Carlos; los rojos han perdido dos efectivos, primero en Educación, Cultura y Deportes y ahora en Sanidad en su gobierno calificado por la oposición, en un "remake" de una expresión de Fredy Krueger Rubalcaba, como gobierno Frankenstein. Los naranjas piden aclaración del contenido de la tesis doctoral del jefe rojo, dicen que es un doctorado cum fraude. Los violetas andan con su ex nº 2, el pequeño Mini-Yo, llorando aún el desdén de la chica que le birló el nº 1 y enredado en la resaca de los cursos de verano y las becas "black". Los violetas son la eterna primavera, un nuevo mayo venezolano, en el entramado amoroso de sus integrantes. El amor triunfa en sus filas, copando portadas de las revistas del corazón con embarazos, nacimientos, bodas y niditos de amor en la sierra de Madrid. Esa es la realidad, la política nacional polarizada por la lucha contra el fantasma intangible de Spectra. Pero, ¿quién es aquí Bond? Mientras ideo la respuesta me fascina que la nueva villana de la saga sea Ada Colau, un compendio de jurista, activista, filósofa y alcaldesa de Barcelona (provincia de Tabarnia), la primera que ha denunciado una supuesta oferta para amañar su currículum a la que no sucumbió. ¡Qué mujer tan (costa) brava! La hija de la doctora Jiménez me sacó de mi atrofia mental:

-Creo que nunca haré un master, señor Fernández.

-Nunca digas nunca jamás?

La contestación me acercó al universo de Ian Fleming. Aquel fue el título que eligieron los productores del film haciendo una irónica referencia al comentario de Sean Connery después de terminar su colaboración en la saga Bond con Diamantes para la eternidad. Connery se negó en rotundo a meterse de nuevo en el papel de 007: Nunca más volveré a hacerlo. Sin embargo, un jugoso cheque lo hizo regresar para salvar al mundo una vez más. Bueno, para salvarlo, plantar cara al Bond de la época, Roger Moore, que estrenaba Octopussy, y para ligarse a sus 52 tacos a la irresistible Kim Basinger. Por allí andaba Rowan Atkinson. Aún no se había transformado en un Mr. Bean que los casara como hizo cuatro veces (y un funeral mediante) a Hugh Grant y Andie MacDowell. La historia presentaba a un envejecido Bond, aunque no tanto como el Presidente del Gobierno de Canarias en su espectral aparición en el Parlamento con una estética Robinson Crusoe, sin Viernes o Wilson (pero con Ruano), e interpretando a Tom Hanks en Náufrago.

La chavala me sacó de mi mundo bondiano con una pregunta directa: ¿qué piensa de la tesis doctoral del presidente Sánchez? Al Gobierno se le acumulaban los problemas desde el paseo de enamorados de Sánchez y Torra por los jardines de Moncloa. En una semana había caído su ministra de Sanidad, una tal Montón, por un master "ad hoc", después de sobrevivir a su comentario de que la maternidad era una esclavitud. ¿Y la tesis de Sánchez? Imagino a Planeta publicándola, haciendo su lanzamiento en la campaña navideña y a Pedro firmando ejemplares en El Corte Inglés. Debería olvidarme del circo político nacional y refugiarme en el cine Víctor este fin de semana. Pero me encontraría con la realidad de la contumaz resistencia de los locales a aplicar la rebaja del IVA. En eso llegó, no Fidel, sino la doctora Jiménez:

-Buenos días y perdón por el retraso. No hay manera de convencer a esta señorita. No quiso estudiar Medicina y ahora está emperrada en no hacer el master.

-Creo que nos llevará horas convencerla, doctora Jiménez.

-¿Le espera la novia, señor Fernández?

-No, tengo todo el tiempo del mundo (hasta que cambien la hora).

-¿Estás segura de que sabes lo que haces, mi niña? -Le cuestionó a su hija.

No comprendía la razón de mi presencia en aquella discusión familiar. Deberían haber traído la tarea hecha de casa. La doctora Jiménez quería alejar a su hija de la isla por la orden de alejamiento que tenía su exnovio. Orden que vulneraba reiteradamente. Recordé que la doctora aceptó salir a cenar conmigo el día que la conocí. Lo mejor de la velada fue, después de que aceptara hacerle un trabajito que alejara a su exmarido de su entorno, su frase de que yo sería su James Bond. Cuando la dejé en su casa, me preguntó por qué llevaba pistola. No tuve ninguna cita ingeniosa de don Ricardo Melchior o de su sustituto en la Autoridad Portuaria, una réplica visual del fundador y líder de los X-Men, Charles Xavier, para salir del atolladero. Pareció leerme el pensamiento:

-¿Ya no lleva pistola, señor Fernández?

-No, doctora. He logrado superar, con el tiempo, mi sentimiento de inferioridad.

Le hice una seña al camarero y volví a reinterpretar el papel:

-Por favor, José. Trae un Martini seco con vodka, agitado, no removido, y acompáñalo con una corteza de limón.